El 11 de febrero de 2019 se cumplieros 22 años del fallecimiento de la profesora Ana Inés Manzo de Torrico (ver su biografía en este blog y en el sub-blog ELQUILMERO EN LA GOYENA), [1] fundadora de la Biblioteca Popular Pedro Goyena el 15 de agosto de 1959. En su memoria transcribimos esta conferencia que pronunció el 20 de marzo de 1960, en el Departamento de Letras de la Universidad Nacional de La Plata donde ella estudió, y del que fue secretaria técnica, siendo su jefe el Prof. Julio Caillet Bois. Este trabajo histórico se publicó en “Algunos aspectos de la cultura literaria de Mayo”, edición de dicha Universidad el 20 de enero de 1961.
MAYO Y LOS ORÍGENES
DE LA BIBLIOTECA NACIONAL
DE LA BIBLIOTECA NACIONAL
Uno de los hechos más
significativos en los orígenes de la historia cultural de nuestra patria fue la
creación de la Biblioteca Nacional. Producido varios meses después del Mayo
augural, es la prueba evidente del sentido popular y democrático que adquirió
el movimiento emancipador; más aún, de la nueva significación del libro, tan
diversa de la que nos recuerda una conocida anécdota vinculada directamente con
el destino de América y su cultura.
Se dice que el confesor de
la Reina Isabel la Católica, deseoso de persuadirla sobre la necesidad de
imprimir la gramática, de Antonio de
Nebrija, esgrimió el siguiente argumento:
“Después que V. A. meta debajo de su yugo muchos pueblos
bárbaros y naciones de peregrinas lenguas y con el vencimiento aquellos tengan
necesidad de recibir las leyes que el vencedor pone al vencido, y con ella
nuestra lengua, entonces por este arte gramatical podrán venir en conocimiento
de ella, como ágora nosotros deprendemos el arte de la lengua latina, para
deprender el latín.”
A poco que reflexionemos
acerca de estas palabras, llegamos a una paradójica conclusión: la de que
España pondría en manos de los pueblos de América “de bárbaras y peregrinas lenguas’' el instrumento más poderoso
para sacudir el yugo del colonialismo: el
libro, liberador de espíritus y, por lo tanto, liberador de pueblos.
En él aprendieron no
solamente la lengua sonora y magnífica, la lengua que une a los pueblos de
Latinoamérica con el lazo indestructible que dan el común sentir y la
expresión común, sino también una forma de vida superior y distinta que llegó
desde Europa a través de España. […] El libro llegaba precedido de una
valoración inigualada hasta entonces, no solamente por su contenido sino
porque el arte coadyuvó a ella con los preciosos trabajos de: los Aldo, los
Elzevir, [2]
los Plantin [3] y
los Stéfano, que la imprenta a su vez habría de difundir hacia todos los
rumbos del mundo conocido.
Por las rutas del mar, en
busca de nuevos pueblos, llegó España y con ella, el libro, hallando cauce
propicio en las mentes vírgenes del indígena; así, la liberación del intelecto,
renovado milagro de la superioridad del espíritu, precedió en muchos años a la
emancipación política.
No pocos escritores han
difundido y era por eso creencia común hasta no hace mucho tiempo, que las
severas disposiciones del Consejo de Indias y del Tribunal de la Inquisición,
alcanzaron en América tal fuerza de ley, que no llegaban aquí sino libros de
oraciones y de santos.
Pero esto ya ha sido desmentido mediante comprobaciones irrefutables en trabajos serios y
documentados que no es necesario ahondar en el presente estudio. Lo cierto es
que la Real Cédula de 1531, que prohibía el paso de "libros de romance y
de materias profanas", y las posteriores de Ocaña y de Valladolid, no se
cumplieron, sino a medias o quedaron en el papel. Basta leer para comprobarlo,
las extensas listas de libros entrados en América durante los siglos XVI, XVII
y XVIII, así como las que proporcionan los inventarios y subastas de bibliotecas
particulares, que han registrado en sus obras González Obregón [4]
, José Toribio Medina [5],
José Torre Revello, [6]
Guillermo Furlong [7] y
Ricardo Caillet-Bois.[8]
La prohibición quedó
circunscripta a los libros “compuestos
por teólogos luteranos, los que eran obscenos, sin mérito alguno, y los que
versaban sobre nigromancia y hechicería”. [9]
¿Puede esto llamar la atención considerando que España vivía en plena lucha
por la defensa de la fe, en plena Contrarreforma? Y, en cuanto a la difusión de
obras de “romance y caballería”, ¿no fue
Cervantes quien las ridiculizó en su Quijote,
efectuando en el capítulo VI una rigurosa selección?
Las Reales Cédulas también
establecían que los cargamentos de libros para América se registraran
numerando las cajas y detallando el contenido para que la Casa de Contratación
de Sevilla tomara conocimiento de él; pero José Toribio Medina recoge el dato, “que muchos [libros] pasaban sin mostrarlos durante el tránsito
para evitar el daño que de abrirlos y reconocerlos se les pudiera seguir”.
[10]
En los barcos se leía mucho
y luego se vendían en los puertos libros mezclados con otras mercaderías, como ser:
sedas, paños, tabaco, estaño y aun fundas para almohadas. Este contrabando
originó un decreto por el cual se obligaba a revisar los navíos al llegar a
puerto, porque “en pipas y cajas traen
libros prohibidos”.
No obstante se concedieron
numerosas licencias especiales, otorgadas a personas de reconocida preparación
durante los siglos XVII y XVIII; tales las que obtuvieron Fray Juan de
Zumárraga, el doctor obispo de México, introductor de la primera imprenta en
América; Fray Bartolomé de las Casas para traer toda su biblioteca; el
portugués Fernando de la Horta que poseyó 87 volúmenes de ciencia jurídica; y
el mismo Don Manuel Belgrano para
leer obras prohibidas por el Santo Oficio.
No solamente de ciencia y
de filosofía sino de derecho, historia, literatura en todos sus géneros y aun
de arte, eran los libros que profusamente enriquecían las bibliotecas
conventuales y privadas; testimonio de esto último es la directa referencia que
alude a la introducción de “libros de
pintura y arquitectura para los padres misioneros” y entre los cuales
anotamos: Cinco órdenes de arquitectura,
de Vignola; Varia arquitectura, de Uredemani,
y Antigüedad y grandeza de la pintura,
de Pacheco; libros éstos que sin duda alguna fueron consultados por aquéllos
que levantaron los templos y retablos en el estilo que fusionaría plásticamente
a España con América: el “barroco
americano”.
MARIANO MORENO
BIBLIOTECAS ARGENTINAS
Apenas nacido el siglo XVII, se funda en la ciudad de Córdoba la Universidad que juntamente con la de Charcas habían de ser focos de irradiación cultural en el futuro Virreinato del Río de la Plata. El fundador, hay Jerónimo de Trejo y Sanabria, poseía una de las bibliotecas más nutridas de la época; la Librería principal del Colegio Máximo albergaba, según el inventario practicado después de la expulsión de la orden jesuítica, 12.148 volúmenes y 1.500 cuadernos. En otras librerías menores, como las de Alta Gracia, Santa Catalina, Paraguay y Paraná, tenían alrededor de 7.000 volúmenes en cada una y se atestigua que la de Santa Fe fue, durante centurias, la única de esa ciudad; después de la expulsión, el Cabildo se hizo cargo de ella, dándole destino de “Biblioteca común” y abriéndose al público desde el año 1774. Sería ésta, por lo tanto, la primera biblioteca pública que existió en el territorio de la futura Argentina.
Apenas nacido el siglo XVII, se funda en la ciudad de Córdoba la Universidad que juntamente con la de Charcas habían de ser focos de irradiación cultural en el futuro Virreinato del Río de la Plata. El fundador, hay Jerónimo de Trejo y Sanabria, poseía una de las bibliotecas más nutridas de la época; la Librería principal del Colegio Máximo albergaba, según el inventario practicado después de la expulsión de la orden jesuítica, 12.148 volúmenes y 1.500 cuadernos. En otras librerías menores, como las de Alta Gracia, Santa Catalina, Paraguay y Paraná, tenían alrededor de 7.000 volúmenes en cada una y se atestigua que la de Santa Fe fue, durante centurias, la única de esa ciudad; después de la expulsión, el Cabildo se hizo cargo de ella, dándole destino de “Biblioteca común” y abriéndose al público desde el año 1774. Sería ésta, por lo tanto, la primera biblioteca pública que existió en el territorio de la futura Argentina.
Una noticia interesante al
respecto nos la da el conocimiento de un decreto del rey Carlos III de España,
por el cual ordenaba distribuir los libros de los jesuitas expulsos entre las
casas que pertenecían a las órdenes mercedaria, dominica y franciscana pero con
la expresa condición que fueran “para uso
público”.
Sería demasiado prolijo
enumerar todas las bibliotecas conventuales o privadas que existieron a lo
largo y a lo ancho de nuestra patria en La Rioja, Catamarca, San Juan, Mendoza,
Salta, Jujuy, Misiones y Tucumán. El Gobernador Armaza, de esta última
provincia, poseía una importante colección de libros de Historia que fueron
subastados en Salta, después de su muerte, en 1739, a precios elevados para la
época. No menos nutridas fueron las del Pedagogo José González y la del
Intendente del Ejército y Real Hacienda de Buenos Aires, D. Manuel Ignacio
Fernández. El canónigo Juan Baltasar Maciel reunió en la suya no menos de 2.000
volúmenes, primero y con la impresión del periódico después. En el Río de la
Plata cupo a un bibliotecario la iniciativa de instalar la imprenta en Buenos
Aires, durante el Virreinato de Vértiz. En Córdoba había quedado abandonada la
que perteneciera a los jesuitas expulsados en 1767; el ex-librero portugués
José Silva y Aguiar, que se desempeñaba como Bibliotecario del Real Colegio de
San Carlos, creado por Vértiz, le sugirió la idea de trasladarla a la Capital
del Virreinato como así se hizo en 1780. [11]
Estaba ya en marcha la
empresa liberadora de educar al pueblo, que continuaría don Manuel Belgrano,
como Secretario del Consulado. Es sabido que instituyó premios al estudio y al
trabajo, defendió la libertad de escribir e insistió repetidas veces en la
necesidad de crear institutos de enseñanza superior porque “nosotros —decía— necesitamos
ir a buscar la instrucción a Europa o cuando menos hacer venir quien nos enseñe
pues carecemos de las luces necesarias”. Al expresarse así ante el Virrey
Cisneros, se refería a la impostergable creación de una Universidad en Buenos
Aires. Manuel Belgrano se había graduado en España, pero sus primeros estudios
los realizó en el Colegio Carolino; junto a su nombre evocamos los de Saavedra,
Vieytes, Castelli, Moreno, Chorroarín, Segurola, López y Planes, Esteban de
Luca, Juan Cruz Varela, alumnos todos de profesores también inolvidables: el
Dr. Juan José Passo y los canónigos Juan Baltasar Maziel, Pantaleón Rivarola y
Fray Cayetano Rodríguez. De este último sabemos que distinguía a los alumnos
aventajados o de relevantes condiciones permitiéndoles el acceso a la
Biblioteca del Colegio y la lectura de obras consideradas por el gobierno
español demasiado liberales o peligrosas para la estabilidad de su ya
tambaleante poderío. Fray Cayetano era un maestro y tenía clara conciencia de
su responsabilidad como tal; además era patriota e intuía el momento crucial
que esa generación de jóvenes habría de afrontar; se preocupó por instruirla,
pero más de educarla. De él es este pensamiento: “No sé qué presagios advierto de libertad y es necesario formar hombres”.
MANUEL BELGRANO
DECRETOS DE LA PRIMERA JUNTA
A partir del 25 de mayo de 1810, la Revolución fue adquiriendo cada día más sentido popular y nacional; los proyectos de educar al pueblo para que disfrutara mejor de los beneficios de la libertad, entraron en la etapa de realización. Se comenzó por el periódico; la junta dispuso la creación de ‘La Gazeta de Buenos Aires’, por decreto de fecha 2 de junio de 1810, donde establecía su función, que era la de anunciar “al público las noticias exteriores e interiores que deban mirarse con algún interés”; todos los ciudadanos podían colaborar publicando sus ideas en el nuevo periódico, censurando o aprobando las medidas de gobierno, contribuyendo “con sus luces a la seguridad del acierto”.
A partir del 25 de mayo de 1810, la Revolución fue adquiriendo cada día más sentido popular y nacional; los proyectos de educar al pueblo para que disfrutara mejor de los beneficios de la libertad, entraron en la etapa de realización. Se comenzó por el periódico; la junta dispuso la creación de ‘La Gazeta de Buenos Aires’, por decreto de fecha 2 de junio de 1810, donde establecía su función, que era la de anunciar “al público las noticias exteriores e interiores que deban mirarse con algún interés”; todos los ciudadanos podían colaborar publicando sus ideas en el nuevo periódico, censurando o aprobando las medidas de gobierno, contribuyendo “con sus luces a la seguridad del acierto”.
Se iniciaba una etapa de
participación efectiva por parte del pueblo en la estructuración de la
nacionalidad; la libertad de expresión era ya un hecho. En el mismo decreto se
aconsejaba: “Todos los escritos relativos
a este recomendable fin [colaborar con el Gobierno en la dirección de la
opinión pública] se dirigirán al Señor Vocal, Doctor D. Manuel Alberdi, quien
cuidará privativamente de este ramo, agregándose por secretaría las noticias
oficiales cuya publicación interese al pueblo". [12]
Por circular aparte la
Junta nombra ese mismo día 2 de junio, como “redactores oficiales, a los doctores Castelli, Moreno y Belgrano”.
Traemos a colación este
decreto de creación de La Gazeta,
para extraer de él dos conclusiones:
1°) Los decretos y notas de
la Primera Junta están refrendados por todos sus miembros o por Cornelio Saavedra y Mariano Moreno, Presidente y Secretario, respectivamente,
de la misma. Cuando la Junta designa a alguno de los vocales para desempeñar
algún cargo relacionado con la creación de una institución, deja expresa
constancia, especificando el grado de participación y responsabilidad de ese
miembro.
2°) Los artículos de La Gazeta no estaban firmados por ninguno de sus
redactores oficiales u ocasionales; solamente podían identificarse por el
estilo.
Si analizamos con este
criterio los documentos relacionados con la creación de la Biblioteca Pública
de Buenos Aires, veremos que es la Junta quien la comunica a las distintas
personas e instituciones al solicitarles libros con el fin de proveer al “benéfico fin a que esta Junta los ha
destinado”. Se incorporan de esta manera, provenientes de los rebeldes de
Córdoba, “toda la librería del Obispo Orellana, y todos los libros que tuviesen los demás
reos...”; los del Obispo
Azamor y Ramírez, como queda ya dicho; los pertenecientes a la Junta de Temporalidades
de Córdoba “que avisó existían en ese
convento de Santo Domingo” urgiéndole su pronta remisión “y de acuerdo de la misma Junta lo prevengo a
V. S. para su puntual cumplimiento”. En la nota enviada al Rector del
Colegio de San Carlos, P. Luis Chorroarín, se le comunica que: “Habiéndose dispuesto por esta Junta la
formación de una Biblioteca Pública, ha resuelto se incorporen a ella los
libros del Colegio de San Carlos, lo que participa a usted esperando de su
notorio celo por el bien público, contribuya por su parte a que tenga su debido
efecto esta resolución estando advertido que el Secretario Dr. D. Mariano
Moreno está nombrado por la Junta Protector de dicha Biblioteca con facultades
competentes para entender en todos los incidentes de ella, siendo bibliotecarios
el Dr. D. Saturnino Segurola y el Rvdo. P. Fray Cayetano Rodríguez”. [13]
El interés del P.
Chorroarín por esta creación databa de 1806, cuando ofreció al Cabildo la
Librería del Colegio para uso del pueblo todo de Buenos Aires; la invasión de
Beresford frustró la concreción de la idea. Fue con la aurora de la
independencia cuando el Rector de San Carlos la vería renacer para arraigar
definitivamente en la patria y en su corazón. Se apresuró pues a dar
cumplimiento a la solicitud, enviando los libros al Protector nombrado por la
Junta para recibir las donaciones y disponer la organización de la nueva
institución. Tal fue la misión que le correspondió al Dr. Mariano Moreno,
como se comunicó oportunamente al pueblo, por intermedio del órgano oficial del
Gobierno patrio.
EL ARTÍCULO DEL 13 DE SEPTIEMBRE DE 1810
Se publicó en La Gazeta para solicitar la colaboración del vecindario, así como se le había ofrecido anteriormente publicar espontáneamente en sus páginas. Indudablemente no es un decreto de fundación de la Biblioteca, sino un artículo periodístico informativo. Se lo ha atribuido a la pluma de Moreno durante mucho tiempo y por historiadores que suponemos bien informados. Pero últimamente, entre la copiosa producción con que los escritores han querido honrar el 1509, aniversario de la Patria, se aventura la tesis de que el autor fue Manuel Belgrano. Podría afirmarse por varias razones: la primera es el título, Educación, ya que con el mismo publicó en el Correo de Comercio, por él creado, algunos artículos destinados a exaltar la importancia de la instrucción pública; otras pruebas serían la similitud de expresiones, de giros sintácticos y de ideas que surgen de un estudio comparativo.
Se publicó en La Gazeta para solicitar la colaboración del vecindario, así como se le había ofrecido anteriormente publicar espontáneamente en sus páginas. Indudablemente no es un decreto de fundación de la Biblioteca, sino un artículo periodístico informativo. Se lo ha atribuido a la pluma de Moreno durante mucho tiempo y por historiadores que suponemos bien informados. Pero últimamente, entre la copiosa producción con que los escritores han querido honrar el 1509, aniversario de la Patria, se aventura la tesis de que el autor fue Manuel Belgrano. Podría afirmarse por varias razones: la primera es el título, Educación, ya que con el mismo publicó en el Correo de Comercio, por él creado, algunos artículos destinados a exaltar la importancia de la instrucción pública; otras pruebas serían la similitud de expresiones, de giros sintácticos y de ideas que surgen de un estudio comparativo.
Lo cierto es que, fuera
Moreno, Belgrano o cualesquieran de los redactores oficiales u ocasionales del
periódico oficial el autor de esas líneas, queda en evidencia que se trata de
una magnífica página en la cual hallamos la más exacta interpretación de la
misión de una biblioteca pública. Es un artículo de molde clásico, fruto
evidente de la instrucción Carolina,
pero late entre líneas un sentimiento romántico, por la fogosidad del verbo y
el deseo de reconstruir la patria en la libertad y en la paz. Parece escrito
más que por un político por un maestro, por un padre antes que por un
gobernante. Execra la lucha por la cual los hombres “descuidan aquellos establecimientos que en tiempos felices se fundaron
para cultivo de las ciencias y de las artes", y señala al Estado su
deber de evitar tan peligrosa caída en la barbarie. Habla aquí el ex-alumno de
San Carlos. Ya le parecen muchos cuatro años de combates [1806-1810] “que han minado sordamente la ilustración y
virtudes” de los jóvenes que “quisieron ser militares antes que prepararse a
ser hombres”. Deplora verlos alejados por la preocupación política o
guerrera del quehacer silencioso pero útil de las aulas, ahora ocupadas por las
tropas y no hacía mucho, centro de la cultura colonial.
Habla después en nombre de
la Junta lamentándose de que no pueda consagrar todo el tiempo que deseara “al noble objeto de educar al pueblo”,
por lo cual llama “en su socorro a los
hombres sabios y patriotas, que reglando un nuevo establecimiento de estudios
adecuado a nuestras circunstancias, formen el plantel que produzca algún día
hombres, que sean el honor y gloria de su patria”.
Por segunda vez en el texto
vemos el deseo de contribuir mediante la difusión de la cultura a “formar hombres” como lo quería Fray
Cayetano.
Entretanto, la Junta crea
la Biblioteca Pública “en que se facilite
a los amantes de las letras un recurso seguro para aumentar sus conocimientos”.
Hay más adelante una visión
muy clara de la función docente de la Biblioteca, cuando dice: “la concurrencia de los sabios con los que
desean serlo produce una manifestación recíproca de luces y conocimientos, que
se aumentan con la discusión, y se afirman con el registro de los libros, que
están a mano para dirimir las disputas”.
Estamos ante una
institución moderna: Biblioteca abierta al maestro y al alumno, no en el
protocolar y compulsivo edificio escolar sino en el aula ideal que se improvisa
allí en donde hay un maestro que desea transmitir un conocimiento y un alumno
que quiere aprender, concepto humanístico de la escuela y de la Universidad
que encontramos en Las Partidas, de Alfonso el Sabio. “Mesa redonda” para la discusión constructiva, esclarecida por los
textos “a la mano” en los anaqueles accesibles.
En realidad parecería estar
leyendo el Manifiesto
de la UNESCO sobre bibliotecas públicas, que comienza así:
“La biblioteca pública es un producto de la moderna democracia y una
demostración práctica de la fe de la democracia en la educación universal por
un proceso que dura toda la vida... Como institución democrática, manejada por el
pueblo para el pueblo, la biblioteca pública debe estar:
-
Establecida y sostenida bajo la pura autoridad
de la ley;
-
Sostenida total o principalmente con fondos
públicos;
-
Abierta al uso gratuito y en igualdad de
condiciones para todos los miembros de la colectividad, sin reparar en
profesión, creencias, clase o raza”...
La biblioteca pública debe ser activa y positiva en la
orientación de su labor, y constituir una parte dinámica en la vida de la
colectividad.
No debe decir a la gente lo que ésta ha de pensar,
sino ayudarle a decidir qué es lo que ha de pensar. Habrá que proyectar luz
sobre los problemas llenos de significado...”
CONTRIBUCIÓN POPULAR
Respondieron unánimemente al vibrante llamado del redactor de La Gazeta todos los vecinos de Buenos Aires, pobres o pudientes, letrados o analfabetos. Sería muy prolijo el detalle de las donaciones en libros, dinero, madera para construir estantes, colecciones de la más variada índole, sobre todo de minerales, plantas y animales, con miras a una presunta sección de Museo Nacional de Ciencias Naturales.
Respondieron unánimemente al vibrante llamado del redactor de La Gazeta todos los vecinos de Buenos Aires, pobres o pudientes, letrados o analfabetos. Sería muy prolijo el detalle de las donaciones en libros, dinero, madera para construir estantes, colecciones de la más variada índole, sobre todo de minerales, plantas y animales, con miras a una presunta sección de Museo Nacional de Ciencias Naturales.
Destacaremos las más
significativas por los considerandos que las acompañaron y por cuanto
esclarecen respecto de quienes tuvieron y demostraron un fervoroso interés por
enriquecer sólidamente la institución. Todos figuran en el Libro de donantes, obsequiado por el vocal de la Junta,
D. Juan Larrea. Estaba “forrado en
tafilete[14] de oro, grabado en
ambas caras, con guarniciones de oro, para asentar en él los donativos en
libros y en dinero y por este medio conservar
la grata memoria de los generosos bienhechores
de tan útil y benéfico establecimiento”. [15]
Repetidas veces vemos el
nombre del Canónigo Chorroarín, quien, además de ceder la Biblioteca perteneciente
al Colegio, donó “varias obras de valor y
ofrece al mismo tiempo todos cuantos libros útiles se encuentren en su
librería”. [16]
No menos generoso fue el
Sr. Vocal D. Manuel Belgrano que “ofreció
toda su librería para que se extrajesen todos los libros que se considerasen
útiles y se sacó de ella una porción considerable”. [17]
Con posterioridad y, “A más de los muchos libros que donó el año
próximo pasado, ahora nuevamente ha donado diez obras, y ofrecido otras para
después, asegurando que coadyuvará en cuanto pueda a los aumentos de la
biblioteca”. [18]
No llama la atención el
altruismo del prócer, si recordamos que, en sucesivas oportunidades hizo
donación de sus sueldos y premios, para levantar escuelas y colaborar en la
obra de gobierno porque así creía retribuir “…
los honores y gracias con que me distingue la patria”.[19]
Otros vecinos también
hicieron entrega total de sus bibliotecas privadas; así el Canónigo Domingo
Belgrano, hermano del Vocal de la Junta, a quien se “le administraron dos obras de mérito de que carece la Biblioteca.” [20]
Igualmente Dᵃ Martina
Labardén, el Dr. Vicente Echevarría y el Dr. Saturnino Segurola, a quien se le
aceptó la Historia Universal en 43 volúmenes “in 4°”.
Donó también muchos libros
uno de los libreros más conocidos en el Buenos Aires de 1810, D. Agustín Eusebio
Farre.
El llamado no interesó
únicamente a los criollos sino a los extranjeros residentes; entre ellos
anotamos los nombres de dos fuertes comerciantes ingleses: Juan Dillon y Juan
Twaites, quienes ofrecieron al Dr. Mariano Moreno un donativo en dinero como “prueba de reconocimiento a la protección y
cordial hospitalidad que experimentamos del gobierno y generoso vecindario”.
Por la misma razón, el médico irlandés Miguel O’ Gorman,
fundador de la Escuela de Medicina de Buenos Aires, a la ciudad en la cual
residía desde hacía 32 años, “ofrece
obras raras y selectas de los mejores autores de Medicina, desde Hipócrates
inclusive, agregando aquellas obras no menos importantes para la instrucción de
las bellas letras y humanas”.
Tales son los considerandos
que leemos en La Gazeta del 6 de noviembre de 1810.
Previendo que varias
bibliotecas particulares pudieran poseer las mismas obras, la Junta publica en
la del 24 de enero de 1811 una nota advirtiendo que se aceptará la donación,
siempre que se trate de ediciones o formatos distintos a los ya existentes. Esta disposición revela un criterio de
selección bibliofílico propio de una cultura nada vulgar.
¿Quién realizó este trabajo
y tuvo a su cargo la distribución del material bibliográfico en los anaqueles
destinados al efecto? Trabajo hermoso, pero pesado que exige, a la par del
conocimiento amplio de las ciencias divinas y humanas, sagacidad crítica,
criterio selectivo, constancia y dedicación absolutas.
CANÓNIGO LUIS JOSÉ DE CHORROARÍN
EL CANÓNIGO LUIS JOSÉ DE CHORROARÍN
Los que viven junto a los libros y saben del quehacer en una biblioteca que nace viendo acumularse incesantemente, por obra de la generosidad pública o por adquisición, libro tras libro en los estantes, sobre las mesas, en el suelo; los que conocen la ímproba tarea de seleccionar, inventariar, catalogar y clasificar el material de una biblioteca comprenderán por qué cobran tan significativo valor las dos notas con que el Canónigo Chorroarín responde al Gobierno cuando se le apremia para inaugurar la Biblioteca a principios del año 1811. Protesta de la absoluta imposibilidad con las siguientes palabras:
Los que viven junto a los libros y saben del quehacer en una biblioteca que nace viendo acumularse incesantemente, por obra de la generosidad pública o por adquisición, libro tras libro en los estantes, sobre las mesas, en el suelo; los que conocen la ímproba tarea de seleccionar, inventariar, catalogar y clasificar el material de una biblioteca comprenderán por qué cobran tan significativo valor las dos notas con que el Canónigo Chorroarín responde al Gobierno cuando se le apremia para inaugurar la Biblioteca a principios del año 1811. Protesta de la absoluta imposibilidad con las siguientes palabras:
“La distribución
de los libros, tantos y de tan diversas materias, en diferentes clases y
especies, pide tiempo, y lo exige mayor el pesado y prolijo trabajo de los respectivos
índices, y la consiguiente numeración. Si el Gobierno viese lo que he escrito
en las apuntaciones individuales de tantos millares de libros que deben servir
de base a la formación de los índices, y si se persuade que la colocación de
ellos, tal cual se halla, es obra solamente mía, lejos de extrañar demora,
admiraría lo mucho que se ha hecho.”
Este comunicado al Gobierno
está fechado el 15 de diciembre de 1810, el cual insiste quince días después,
demandando “imperiosamente la apertura de
la Biblioteca” para el 1° de febrero de 1811. Nuevamente, el Canónigo
Chorroarín protesta de la imposibilidad de ello diciendo, entre otras cosas, lo
siguiente:
“Para el servicio de los
concurrentes a la Biblioteca y para el cuidado y vigilancia de los libros a fin
de que no haya extracciones clandestinas y furtivas, se necesitan por lo menos
dos personas”...
Y poco más adelante añade,
con fecha 29 de enero de 1810:
“Hasta ahora no ha habido otro
dependiente que el Sargento Dn. Juan Carreto, destinado por el Gobierno a la
Biblioteca con el cargo de portero, y para diligencias, con retención de su
plaza y sueldo como si estuviera en servicio' militar. Este me ha ayudado en
todos los trabajos de separación y colocación de libros, y tiene suficientes
conocimientos para poder servir la biblioteca bajo mis órdenes...”
Cabe preguntarse ahora: ¿Y
los bibliotecarios nombrados por la Junta a que se aludió en el pedido de
libros al Rector del Colegio San Carlos y, posteriormente, en el artículo del
13 de setiembre publicado por La
Gazeta?
Por la confrontación de
documentos deducimos que a Fray Cayetano Rodríguez y al Pbro. D. Saturnino Segurola
se les había propuesto para los cargos de Primero y Segundo Bibliotecario; que
el Protector de la Biblioteca, Dr. Mariano Moreno, no había solicitado la provisión
de estos cargos hasta el 12 de noviembre de 1810, con una asignación de
quinientos pesos para cada uno. Esta solicitud fue inmediatamente aprobada por
la Junta y el Cabildo, pero no hay indicio alguno de asunción de tareas por
los bibliotecarios propuestos ni por otros; en cambio consta que D. Saturnino
Segurola renunció a la reciente designación el 31 de diciembre de 1810, porque
otras obras benéficas ocupaban todo su tiempo y por lo tanto determinaron “la absoluta imposibilidad que tengo, para
desempeñar el cargo de Bibliotecario con se digna honrarme V. E.”. En un
papel adherido a esta renuncia se nombra en su reemplazo a Luis Chorroarín, el
30 de enero de 1811, quien por otra parte desempeñaba ya el cargo de Director y
Primer Bibliotecario a pedido de Mariano Moreno, como se desprende ton absoluta claridad del contenido de una nota enviada
por Luis Chorroarín al 2° Triunvirato en noviembre de 1812, en la que expresa, refiriéndose al
prócer:
“En tiempo que fue Vocal,
Secretario de Gobierno, trató de emplearme en utilidad de la Patria; y como me
conocía bien a fondo, sin embargo de todo respeto que me profesaba, no dudó
decirme un día con cierto desenfado que yo era un hombre de ideas rancias e
inútiles y que era lástima que no pudiese leer nuevos estudios para servir a la
Patria; pero que él había dado con lo único para lo que yo era bueno y acaso el
único. No me dijo más entonces; pero él fue quien hizo que se me nombrase
director de la Biblioteca cargando sobre mí sólo este establecimiento...”
La consecuencia: Chorroarín
organiza solo la Biblioteca; “a costa de
su salud y del mayor deterioro de [su] ya cansada vista”, amén de la
donación íntegra de su sueldo con el que costeaba los gastos de “tinta, plumas, varios útiles, composturas de
libros y mantención de un criado”. [21]
Es digna de un trabajo más
detenido la labor desplegada por este humilde sacerdote en el desempeño de su
cargo; de su tarea específica como Director y a la vez como catalogador para su aprobación
al Triunvirato. Todo su sacrificio, continuado ininterrumpidamente hasta 1821, es una verdadera ofrenda patriótica, que hizo posible la apertura de la
Biblioteca Pública de Buenos Aires el día lunes 16 de marzo de 1812, a las 4 de
la tarde, con asistencia de las autoridades civiles, eclesiásticas y
militares, así como la del pueblo todo de la Capital. El discurso de
circunstancias estuvo a cargo del P. José Joaquín Ruiz, doctorado en derecho en
Chuquisaca y profesor de Lógica en el Colegio de San Carlos.
Desde 1810, hasta 1813, no
se encuentra en el Registro Oficial ningún decreto atinente a la Biblioteca,
pero el 16 de octubre de este último año el Gobierno “dispone se forme un depósito de planos relativos a estas Provincias”.
Era la creación de una incipiente mapoteca.
Bajo la dirección entusiasta
e inteligente de Chorroarín se acrecentó el fondo bibliográfico con nuevos donativos
y compras de libros aconsejadas por él. En 1818, se adquiere una importante
colección que se ofrecía en venta en París, mediante una suscripción pública
encabezada por el Director con los $ 2.000 de las dietas que le correspondían
como Diputado al Soberano Congreso. Y el 10 de junio del mismo año, “sabiendo que había en venta una obra apreciable,
hizo que se la trajesen a la vista, y conociendo su mérito, mandó entregar a su
dueño el precio de $ 200 que pidió por ella y la ha regalado a la biblioteca”.
La gratitud con que la
Patria quiso inmortalizar la obra de este benemérito ciudadano está patente en
el decreto de honores promulgado cuando se retiró de la Dirección en 1821, y al
ser inhumados sus restos en la Recoleta, el 11 de julio de 1823, se puso sobre
su sepulcro una lápida con esta inscripción:
Hic jacet
Hic jacet
D. Ludovico Chorroarin
Can. presb. S. AE. C.
Rectorcolegii Carolini 25 ann.
Et fundator Bibliot.
Obit die Julii ann. 1823. [22]
Can. presb. S. AE. C.
Rectorcolegii Carolini 25 ann.
Et fundator Bibliot.
Obit die Julii ann. 1823. [22]
EL EDIFICIO PARA LA BIBLIOTECA
Varios días antes de cursar las notas solicitando libros, se piensa en proveer de local a la Biblioteca, y el 2 de setiembre de 1810, se solicita al Administrador de Temporalidades y “a la mayor brevedad la Casa que ocupa Dn. Juan Ballesteros, perteneciente al Ramo a su cargo, por necesitarla el Gobierno para una Biblioteca Pública que se ha destinado”. [23]
Varios días antes de cursar las notas solicitando libros, se piensa en proveer de local a la Biblioteca, y el 2 de setiembre de 1810, se solicita al Administrador de Temporalidades y “a la mayor brevedad la Casa que ocupa Dn. Juan Ballesteros, perteneciente al Ramo a su cargo, por necesitarla el Gobierno para una Biblioteca Pública que se ha destinado”. [23]
El 19 de octubre, pide
también al Tribunal de Cuentas “la pieza
que hace esquina en los altos del Tribunal pal a darle la indispensable
extensión a la Biblioteca Pública que se ha situado contigua”. [24]
Los anaqueles se llenaban,
crecía el fondo bibliográfico por la generosidad del vecindario, “lo que impedía colocarlo ordenadamente”;
debía proveerse de habitación para el bibliotecario, “persona de respeto,
afición e inteligencia”, como decían los considerandos de la nueva petición
del Gobierno recaída en una casa contigua al Tribunal y también en altos. Todo
ese solar comprendía la actual esquina de las calles Perú y Moreno, conocida
como “calle de la Biblioteca”, por
dar a esta última la puerta de acceso con “la
doble escalera secular”, a la que sin duda aludía El Argos, en 1822, cuando se efectuaron los trabajos de
ampliación bajo la dirección de Manuel Moreno, el hermano del Secretario de la
Junta.
En este edificio estuvo
hasta 1901, en que Paul Groussac gestionó su traslado, ante el entonces
Presidente de la Nación, General Julio A. Roca. La nueva casa fue el palacio
construido para la Lotería Nacional que, con algunas modificaciones se adoptó
para la nueva misión: albergar ambiciones de enriquecimiento espiritual, tan
diversas de aquellas que, a no mediar la feliz intervención de Groussac,
hubieran sido las habituales en ese lugar. No obstante, al pronunciar el
discurso inaugural de la nueva sede, el entonces Director de la Biblioteca
Nacional recordó con emoción el viejo edificio de la calle Moreno, “la mejor bautizada de la ciudad” como
él decía. Aludiendo a la incomodidad de las instalaciones señaló que entre
todos los empleados él había sido “el
trabajador más asiduo y también el peor acomodado en su despacho claustral,
horno en verano, si en invierno ventisquero, pero malsano en toda estación. Y
con todo no he podido abandonarla sin una impresión de tristeza, aquella celda
oscura, donde entré joven y de donde salgo viejo, dejándola como impregnada de
mi espíritu: allí he vivido, estudiado, escrito lo poco que de mí quedará…”.
[25]
PAUL GROUSSAC EN SU ESTUDIO
LA SIMIENTE
El espíritu de los creadores de esta obra de bien público alentó en muchos de los que tuvieron participación en el quehacer nacional. Fruto de ella y como gajos desprendidos del tronco materno son: la Biblioteca Nacional de Chile, para cuya fundación donó el General San Martín los $ 10.000 que el Gobierno de Santiago le obsequiara después de la batalla de Chacabuco; la Biblioteca Nacional de Lima, creada por el Libertador a poco de emancipar el Perú y cuyo Reglamento redactó e hizo publicar en la Gazeta de Lima, el 31 de agosto de 1822; obra suya también es la Biblioteca Pública de Mendoza, trasladada en 1856, a la casa que ocupara San Martín en la calle de la Alameda; y, en la margen oriental del Río de la Plata, la Biblioteca Pública de Montevideo, fundada por el Dr. Dámaso Antonio Larrañaga, quien compartió la función de bibliotecario con Chorroarín a partir de 1814, extrayendo de esa actuación las ideas que trasplantó a su Uruguay natal.
El espíritu de los creadores de esta obra de bien público alentó en muchos de los que tuvieron participación en el quehacer nacional. Fruto de ella y como gajos desprendidos del tronco materno son: la Biblioteca Nacional de Chile, para cuya fundación donó el General San Martín los $ 10.000 que el Gobierno de Santiago le obsequiara después de la batalla de Chacabuco; la Biblioteca Nacional de Lima, creada por el Libertador a poco de emancipar el Perú y cuyo Reglamento redactó e hizo publicar en la Gazeta de Lima, el 31 de agosto de 1822; obra suya también es la Biblioteca Pública de Mendoza, trasladada en 1856, a la casa que ocupara San Martín en la calle de la Alameda; y, en la margen oriental del Río de la Plata, la Biblioteca Pública de Montevideo, fundada por el Dr. Dámaso Antonio Larrañaga, quien compartió la función de bibliotecario con Chorroarín a partir de 1814, extrayendo de esa actuación las ideas que trasplantó a su Uruguay natal.
Aunque indirectamente, también
tuvo su origen en nuestra Biblioteca la ley de Bibliotecas Populares, promulgada
por Domingo F. Sarmiento, pues vio la necesidad de crearlas en todo el vasto
territorio de la Patria. Es famosa la polémica que sostuvo con el Dr. Vicente Quesada,
Director de la Biblioteca Pública hasta 1878, pues éste era enemigo del
préstamo de libros a domicilio. Sarmiento, en su pintoresca pero certera
expresión, decía que la Biblioteca Pública de Buenos Aires era "un osario”.
18 8 0
La ley de federalización
promulgada en este año, que convirtió a Buenos Aires en Capital de la
República, habría de motivar la nacionalización de la Biblioteca, como en efecto ocurrió, ya que la Provincia, no obstante la oposición de
algunos diputados, la cedió al Gobierno Nacional. La entrega se efectuó en el
año 1884, y simultáneamente se creó la Biblioteca de la Provincia, la cual se
incorporó posteriormente a la de la Universidad de La Plata.
El año 1880, sorprendió en
la Dirección de la Biblioteca Pública al Sr. Manuel Ricardo Trelles; él descubrió
la forma de llegar al lector más allá del recinto de la sala de lectura, de
proyectar fuera de ésta al libro o al documento de valor, despertando así el
deseo de investigar o de leer simplemente. Como si quisiera unir las dos
grandes creaciones del Gobierno de Mayo, decide publicar La Revista de la Biblioteca, continuación en cierto modo de La Revista del Archivo, también fundada por él. En esta publicación
se daban a conocer documentos inéditos que se conservaban en la Biblioteca; de
ella salieron ocho volúmenes y luego se interrumpió su impresión.
Un año después de asumir la
Dirección, apenas nacionalizada la Institución, Paúl Groussac intenta otro
tipo de publicación: La Biblioteca, revista de literatura, historia y ciencias,
de la cual salieron solamente ocho volúmenes desde 1896 hasta 1898, inclusive.
La exhumación de documentos históricos se llevó a cabo en los Anales de la Biblioteca, que dio a conocer valiosísimas piezas con
notas del propio Groussac. La colección comprende diez tomos que se imprimieron
a lo largo de quince años, desde 1900 hasta 1915.
A Paul Groussac se debe
también la publicación del Catálogo
metódico de la Biblioteca,
en cuyo primer tomo escribió la Noticia
historia de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, desde su fundación hasta los días de su dirección.
Este prólogo fue reproducido en el tomo primero de La Biblioteca.
Habrían de pasar muchos
años antes de que se intentara una nueva publicación. Queriendo imprimirle el mismo
carácter que la editada por Trelles aparece en 1935, otra Revista de la Biblioteca, de vida efímera.
La actual dirección ha
iniciado una reedición de La Biblioteca, queriendo adecuarla, con algunas variantes,
al estilo de la de Groussac. Esta Segunda
época ha brindado ya,
desde el año 1957, cuatro números; esperemos que no se vea una vez más
frustrada la idea de ampliar los muros ideales de tan importante institución,
que haría del extenso territorio de la patria una gran sala ideal de lectura. Sería
éste el mejor tributo a la memoria de quienes la crearon.
Profesora
Ana Inés Manzo
Secretaria técnica del Departamento de Letras de la U.N. La Plata
Directora de la Unidad Académica de la Escuela Normal de Quilmes
Presidenta fundadora de la Biblioteca Popular Pedro Goyena
Compilación Prof. Chalo Agnelli
C.A. de la Biblioteca Popular Pedro Goyena
Secretaria técnica del Departamento de Letras de la U.N. La Plata
Directora de la Unidad Académica de la Escuela Normal de Quilmes
Presidenta fundadora de la Biblioteca Popular Pedro Goyena
Compilación Prof. Chalo Agnelli
C.A. de la Biblioteca Popular Pedro Goyena
NOTAS
[1] Ver en EL QUILMERO del miércoles, 18 de julio de 2012
ANA INES MANZO - DIRECTORA DE LA ESCUELA NORMAL 1970 - 1982 http://elquilmero.blogspot.com.ar/2012/07/ana-ines-manzo-directora-de-la-escuela_18.html/
Ver en EL QUILMERO del sábado, 12 de
marzo de 2016. SINDICATO DE COSTURERAS DE QUILMES
"INMACULADA CONCEPCIÓN” – 1945 - APORTE A LA
HISTORIA DEL GREMIALISMO EN EL PARTIDO DE QUILMES
Ver en EL QUILMERO del miércoles, 18 de julio de 2012
ANA INES MANZO - DIRECTORA DE LA ESCUELA NORMAL 1970 - 1982 http://elquilmero.blogspot.com.ar/2012/07/ana-ines-manzo-directora-de-la-escuela_18.html/
[2] Los Elzevir o Elzeviro son una familia holandesa de editores que duró 132 años y gozó de gran prestigio durante el siglo XVIII. Sus libros fueron famosos por su pequeño formato, su precio económico y su objetivo de entretener. Fueron en la época el génesis de lo que hoy conocemos por libro de bolsillo.
[3] Christoffel Plantijn, llamado Christophorus Plantinus en latín y Cristóbal Plantino en español (Saint Avertin, c. 1520 – Amberes, 1589) fue un editor, impresor y librero flamenco (si bien Saint Avertin se encuentra en la actual Francia y Amberes en el antiguo Marquesado de Amberes) y su formación como encuadernador la recibió en París.
[4] González Obregón, en Preliminar a Francisco Fernández del Castillo - Libros y libreros en el siglo XVI. (Publicaciones del Archivo General de la Nación, t. VI.) México, 1914.
[5] Medina, José Toribio: Historia y bibliografía de la Imprenta en el antiguo Virreynato del Rio de la Plata. La Plata, 1892.
[6] Torre Revello, José: El libro, la imprenta y el periodismo en América durante la dominación española. En Publicaciones del Instituto de Investigaciones Históricas, t. LXXIV. Buenos Aires, 1940.
[7] Furlong, Guillermo, S. J.: Los jesuitas y la Cultura Rioplatense. Buenos Aires, Huarpes, 1946. Furlong, Guillermo, S. J.: Bibliotecas argentinas durante el periodo hispánico. Buenos Aires, Huarpes, 1948.
[8] Caillet-Bois, Ricardo R.: Ensayo sobre el Río de la Plata y la Revolución francesa. En Facultad de Filosofía y Letras, Publicaciones del Instituto de Investigaciones Históricas, N° XLIX. Buenos Aires, 1929.
[9] Furlong, Guillermo, S. J.: Bibliotecas argentinas…ed. cit.
[10] Medina, José T.: La imprenta en Lima, t. I, pág. 81. Santiago de Chile, 1904.
[11] Registro Oficial. Archivo de Gobierno de Buenos Aires, 1810. T. I. Cap. I. N° 67
[12] Archivo de Gobierno de Buenos Aires, 1810. Cap. I. N° I. Sala V. Cuerpo I. Anaquel I. N° 1.
[13] Furlong, Guillermo, S. J.: Bibliotecas argentinas…ed. cit., páginas 48-49
[14] Piel curtida bruñida y lustrosa mucho más delgada y adaptable que el cordobán; se utiliza para la fabricación de bolsos, guantes, zapatos, etc.
[15] Gazeta de Buenos Aires, N° I, 7 de junio de 1810.
[16] La Gazeta de Buenos Aires, N° 32, 17 de enero de 1811.
[17] La Gazeta, loe. cit.
[18] La Gazeta de Buenos Aires, N° 36, 8 de agosto de 1811.
[19] Nota del Gral. Belgrano al Gobierno, agradeciendo el premio de 40.000. Jujuy, 31 de marzo de 1813.
[20] La Gazeta de Buenos Aires, N° 32, loe. cit.
[21] Nota al Gobierno Superior de las Provincias Unidas del Río de la Plata, 29 de enero de 1812.
[22] “Aquí yace D. Luis Chorroarín, Presbítero de la Santa Iglesia Catedral, Rector por veinticinco años del Colegio de San Carlos. Y fundador de la Biblioteca. Murió el día 2 de julio de 1823.”
[23] Nota al Administrador de Temporalidades, 2 de setiembre de 1810. Firm.: Saavedra; Moreno.
[24] Nota al Tribunal de Cuentas, 1° de octubre de 1810. Firmada: Saavedra; Moreno.
[25] Groussac, Pablo: “Discurso del Director”. En Noticias históricas sobre la Biblioteca Nacional de Buenos Aires (1810-1901). Buenos Aires, Menéndez, 1938.
[18] La Gazeta de Buenos Aires, N° 36, 8 de agosto de 1811.
[19] Nota del Gral. Belgrano al Gobierno, agradeciendo el premio de 40.000. Jujuy, 31 de marzo de 1813.
[20] La Gazeta de Buenos Aires, N° 32, loe. cit.
[21] Nota al Gobierno Superior de las Provincias Unidas del Río de la Plata, 29 de enero de 1812.
[22] “Aquí yace D. Luis Chorroarín, Presbítero de la Santa Iglesia Catedral, Rector por veinticinco años del Colegio de San Carlos. Y fundador de la Biblioteca. Murió el día 2 de julio de 1823.”
[23] Nota al Administrador de Temporalidades, 2 de setiembre de 1810. Firm.: Saavedra; Moreno.
[24] Nota al Tribunal de Cuentas, 1° de octubre de 1810. Firmada: Saavedra; Moreno.
[25] Groussac, Pablo: “Discurso del Director”. En Noticias históricas sobre la Biblioteca Nacional de Buenos Aires (1810-1901). Buenos Aires, Menéndez, 1938.