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domingo, 27 de abril de 2014

TALLERES Y CURSOS EN LA BIBLIOTECA GOYENA - SAN LUIS 948



TALLER DE INTRODUCCION A LA INFORMATICA

Damián Novoa

Continúan con gran éxito en la Goyena el taller-curso de Introducción a la Informática. Muchos interesados que descubrieron que sin este medio se encuentran un tanto descolgados de la información y la comunicación se están acercando a nuestra Biblioteca para realizar este curso que está abierto a nuevos interesados.

Se cuenta con equipo específico, pero quien desee perfeccionarse con su notebook o netebook, puede concurrir con ellas.

MODALIDAD: Técnico - práctico

Duración de la clase: 1 hora y pico, a cargo del profesor Damián Novoa de notable disposición didáctica.

Dos turnos. Todos los martes de 15:30 a 16:30 y de 16:45 a 17:45. Costo mensual $ 200.- 





El curso se dicta los días jueves de 17 a 19 hs. a cargo de la narradora Liria Arroyuelo.

Durante ocho meses, en dos cuatrimestres, de abril a noviembre. Aún pueden incorporarse nuevos futuros narradores o quienes deseen perfeccionar su expresión oral en público.

El curso se cerrará con una muestra al finalizar el año.

Costo por clase $ 40.- o $ 160.- por mes.



TALLER LITERARIO

Profesora Andrea Lampón, por segundo año consecutivo. Narrativa, poesía, estilo, todas las manifestaciones de la expresión escrita. Todos los viernes de 15 a 16 hs.

Costo $ 60.- por mes




PREPARACIÓN Y PERFECCIONAMIENTO DE ALUMNOS, PRIMARIA Y SECUNDARIA

Prof. Andrea Lampón. Clases de apoyo en literatura, lengua castellana, dificultades en la expresión escrita y/o comprensión de textos.

Coordinar horarios con la profesora llamando a la Biblioteca Goyena, 4224-8162. 

CAFÉ LITERARIO “ENTRE LIBROS” 

Por segundo año consecutivo bajo la coordinación del Nilda Etel Deluca continúa los segundos lunes de cada mes el Café Literario “Entre Libros”.

Ameno, alegre, divertido y cordial; rico en experiencias literarias a través del compartir con buena disposición de ánimo y bonhomía.

A partir de las 16 hs. y “hasta que se diga basta…”

ENTRADA LIBRE Y GRATUITA



JORNADAS DE HISTORIA y CULTURA 
VASCA EN LA GOYENA

Continúa el ciclo de conferencias A cargo del Lic. Luis Lúquez Minaberrigaray Prof. de la Universidad Vasca de Buenos Aires. Director de Instituto de Cultura Vasca Eneko Aritza.

PRÓXIMAS FECHAS: MAYO 30 - JUNIO 27 - AGOSTO 15 - SETIEMBRE 26 - OCTUBRE 31:

HORARIO: 19 HS A 20.30 HS.
 ENTRADA LIBRE Y GRATUITA
 
Biblioteca Popular Pedro Goyena, San Luis 948, e/Larrea y Azcuénaga, La Colonia, Quilmes Tel.: 4224-8162


 

lunes, 21 de abril de 2014

CULTURA VASCA EL PROTAGONISMO DE LA ETNIA VASCA EN EL BUENOS AIRES DEL 1800 (COLABORACIÓN)


Como parte de la próxima jornada sobre la Historia y la Cultura del País Vasco que desarrollará el Lic Luis Lúquez Minaberrigaray de la Universidad Vasca de Buenos Aires el próximo viernes 25 de abril a las 19 hs. en la Biblioteca Goyena, aportamos una referencia histórica sobre la ingerencia de los vascos y sus descendientes en nuestro país del Lic. Luis Lúquez Minaberrigaray.


EL EUSKERA ES LA LENGUA DE EUSKAL HERRIA.
El Euskera es el elemento cultural que comparten los siete territorios que forman el País Vasco y que se halla presente en todos ellos.
Más o menos hablada, con diferencias que varían de región en región, y hasta con dialectos muy diferentes entre sí.
El País Vasco o Euskal Herria es una región inserta en Europa Occidental.
Actualmente está comprendida políticamente dentro de dos estados: España y Francia.
Está conformada por siete territorios y abarca la zona occidental de la cadena montañosa de los Pirineos con sus áreas adyacentes.

ARGENTINA Y LOS VASCOS 

Argentina es el país que más inmigración vasca ha recibido en el mundo. Por eso, la cultura vasca es una parte constitutiva de la cultura argentina. Esto se ve claramente, por ejemplo, en la toponimia argentina: son

innumerables las localidades con nombre vasco, como Ezeiza o Necochea. Asimismo, los vascos han dejado muchos símbolos a lo largo de las distintas prácticas sociales, que se han incorporado a la tradición cultural local, como la boina, el juego de paleta pelota o el valor de la palabra otorgada.
Por otra parte los vascos han tenido una destacada actuación pública a lo largo de toda la historia argentina. Un gran número de presidentes tuvieron origen vasco y muchos científicos,
intelectuales, escritores, religiosos, empresarios, deportistas y otras personalidades de relevancia pública.
Actualmente, se calcula que el diez por ciento de la población argentina tiene origen vasco y que en este país existen los aproximadamente 15.000 apellidos conocidos en Euskal Herria (País Vasco).

 ¿CUÁLES FUERON LAS CAUSAS QUE IMPULSARON A LOS VASCOS A EMIGRAR EN LOS SIGLOS XVIII Y XIX?
Varias causas deben tenerse en cuenta cuando se analiza el fenómeno migratorio vasco. Las principales son:
La presión demográfica. La población vasca desde aproximadamente 1840 fue creciendo con respecto a la media nacional española y francesa.
La situación económica del País Vasco. La falta de trabajo unida al aumento de la población y del traslado de las aduanas a la costa, en el caso del País Vasco español después de 1841, junto con la gran carestía de cereales a partir de 1847 y en 1856 la epidemia de las viñas que afectó especialmente La Rioja alavesa fueron motivos fundamentales para que muchos vascos campesinos se trasladaran a la Argentina y al Uruguay. Por lo general el vasco del caserío, acostumbrado a trabajar la tierra con técnicas muy primitivas para la subsistencia familiar no se adaptó fácilmente a la apertura de las importaciones y al proceso de industrialización que se estaba desarrollando. No le atraía el trabajo en la fábrica ni la vida en la ciudad, como a los españoles migrantes que se instalaban en el País Vasco. 
El "mayorazgo". Era una institución jurídica por la que todos los bienes rurales familiares eran heredados por un hijo o tal vez una hija dado que la heredad no podía subdividirse porque sólo podía
sostener a un determinado número de habitantes. De esta forma se perpetuaba integramente el patrimonio familiar. Los hijos no herederos debían proveerse su sustento dentro o fuera de la localidad y por ello muchos optaron por labrarse su porvenir fuera de la misma.La guerra y el servicio militar obligatorio. Antes de ser reclutados en un servicio militar obligatorio de siete años durante las guerras carlistas o en el norte de África, Cuba y Filipinas, los jóvenes preferían no perder esos años y emigrar. Muchos lo hicieron clandestinamente. Los vasco-franceses salían de puertos del sur del Pirineo, como Bilbao o Pasajes, mientras que los vasco-españoles buscaban los puertos franceses de Bayona, Burdeos, y también Angers, Marseille, etc. La constitución española de 1869 fue la primera que reconoció el derecho del individuo a emigrar. Anteriormente los obstáculos legales prácticamente impedían hacerlo y por tanto la emigración era básicamente clandestina. 
Los cambios ideológicos y la abolición de los fueros. Muchos derrotados por el centralismo prefirieron una alternativa pacífica antes que la cárcel u otra forma. La abolición de los fueros fue determinante en el ánimo de muchos vascos emigrantes.
El desarrollo en los medios de comunicación. En el siglo XVII un viaje entre Europa y América del Sur duraba tres meses y muchos pasajeros morían en la travesía. A mediados del siglo XIX, de acuerdo a los vientos y tormentas, se redujo a 45 días. En las últimas décadas del siglo XlX, con navegación a vapor sólo se tardaba 20 días, con mayores seguridades.
El espíritu aventurero y el deseo de prosperar. Entre los vascos, como en otras comunidades migratorias, además de las razones antes nombradas, jugaron un papel fundamental. No hay que descartar los problemas familiares o personales, la insatisfacción o el descontento antes las condiciones políticas, sociales y religiosas de Europa. América era un continente nuevo, lleno de esperanzas para quienes llevaban una vida dura y tenían escasas posibilidades de mejorar en su país de origen. Allí podrían crear una sociedad de acuerdo a sus propios deseos. 

CULTURA VASCA LA ACTUACIÓN DE LA ETNIA VASCA EN EL VIRREINATO DEL RÍO DE LA PLATA 1806-1810
Cuesta mucho calibrar el valor de la gesta vasca en los sucesos ocurridos desde principios del XIX hasta la finalización de su segunda década, por ejemplo.
El concepto distorsionado que nos brindaran ciertos historiadores argentinos sobre la cronología de los hechos, su resonancia y consecuencia sobre la misma Buenos Aires colonial, han dificultado el mucho a la verdadera historia. Historia que por otra parte, fue "contada" por autores españolas, con toda la carga de falacia que la situación conllevó, partiendo de la base, por ejemplo, que a Martín de Álzaga y Olavarría siempre se lo presentara como español. Igual suerte correrían vascos e hijos de vascos como Azcuénaga, Larrea, Alberdi, Santa Coloma y otros tantos, tan sólo por citar algunos de aquellos protagonistas que tiñieron de impronta vasca el nacimiento de la patria argentina. 
Desde mucho antes que acabara el siglo XVIII, distintos oficios eran cubiertos por hombres y mujeres de la etnia vasca arribados al puerto de Buenos Aires, sin solución de continuidad, desde el año 1760 en adelante. Seguramente que cuando hablamos de hombres prominentes, ineludiblemente, deberemos hacer mención al poderoso comerciante arabés, Gaspar de Santa Coloma, mentor, protector y "padre adoptivo" en la colonia de un personaje que con lo positivo y negativo que un individuo puede tener, marcaría con su impronta personal y política la primera década del siglo XIX. Nos estamos refiriendo a don Martín de Álzaga.
Arribado al país con apenas once años, era el menor de once hermanos cuyo padre fue Mateo de Álzaga, familia prominente también en el quehacer socio-político de la provincia de Áraba en el Euskadi peninsular o Hegoalde (del lado de abajo de Los Pirineos, sería su traducción desde el Euskara al castellano).
Y aquí nos quedamos...decididos a desandar los primeros pasos políticos de aquel Buenos Aires ya enfrentado con los caudillos del interior por cuestiones económicas...nada difiere, parece, aunque dos largos siglos hayan transcurrido.Finalmente, en la segunda semana de junio de 1807, la flota pirata al mando del general Whitelocke se apoderó de Montevideo, sin encontrar mayor resistencia en las fuerzas del virrey Sobremonte. Tras el arresto del que fuera objeto el Virrey por parte de Martín de Álzaga, su lugar sería ocupado por Santiago de Liniers en forma interina. 

MARTÍN DE ÁLZAGA UN CONTROVERTIDO PERSONAJE
El 1º de enero de 1807 fue elegido Alcalde de Primer Voto, don
Martín de Álzaga, acaparando para sí el total del poder civil de y de inmediato comenzó con la fortificación de la ciudad y preparación de las fuerzas militares (de algún modo habrá que llamarlas), teniendo en cuenta que la flota inglesa permanecía en el Río de la Plata, amenazando invadir tanto la vecina ciudad de Montevideo como Buenos Aires misma. Ante la inminencia de un segundo desembarco en aguas argentinas, Álzaga reforzó los batallones, consiguiendo reclutar alrededor de 6000 soldados de origen asturiano-bizkaitarra. Nos dará esta cifra, por otra, idea de la población de aquel Buenos Aires, en franca contradicción con lo que nos entregarán aquellos impresentables textos históricos de las décadas intermedias del siglo XX, edulcorantes y tendenciosos.
Mausoleo de la familia Ázaga en la Recoleta

Un mes más tarde se produjo el ataque inglés, tras el cual sería derrotado Liniers en el combate de Miserere, en las afueras de la ciudad. Pero el general invasor cometería garrafal error al dar tres días de descanso a su tropa, permitiendo que Álzaga reorganizara las diezmadas fuerzas criollas. Comenzarían aquí las graves desavenencias entre el Alcalde de Primer Voto Álzaga y Liniers.
Álzaga estaba casado con María Magdalena de la Carrera. De sus hijos dos destacaron en los bandos opuestos de la revolución. Félix se convirtió en un importante militar, político y hacendado en la nueva nación, mientras que Cecilio comerciante y político fue un tenaz enemigo de la emancipación argentina.
Placa de homenaje a Álzaga y a Liniers en la iglesia Santa Catalina, que fue ocupada por los ingleses en 1807 hasta que la valiente Defensa de Buenos Aires los obligó a rendirse.
LOS SUCESOS DE MAYO
Tenemos claro, a pesar de las dificultades para investigar, que la asonada liderada por Álzaga fue la precursora de los sucesos del 25 de mayo de 1810. Como nunca antes quedaron sobre la mesa de las discusiones las profundas diferencias entre criollos y "realistas" sobre el futuro de un virreinato ya sin rey. Nacía un nuevo esquema de poder del que poco y nada han hablado las historiadores "prolijos y nacionalistas", de los partidos políticos que nacían al influjo de ideas libertarias por un lado y otras no tanto, del otro. Álzaga participó activamente, con financiación en plata y armas, en la caída del virrey Cisneros, influyendo decididamente en la formación de nuevos gobiernos y formando a su alrededor un aura que jamás lo abandonaría: conspiraba contra todo aquello que no le permitiera hacerse del poder total económico-financiero del Virreinato a parir.No hay constancia que haya participado de la histórica jornada del 22 de mayo, verdadera bisagra del devenir, aunque no quedaron dudas de su protagonismo cuando en la Primera Junta de Gobierno, tres miembros de su partido, llamado Republicano y fundado en el año 1812, la integraron, a saber: Mariano Moreno, Juan Domingo Larrea y Matheu. Su idea era pregonar la independencia del país, clara expresión de deseos y no más, bajo control de la Corona española. Existían aquí, grandes diferencias conceptuales con su mano derecha, mariano Moreno, quien pretendía aprovechar el encarcelamiento de Carlos IV para direccionar hacia una Buenos Aires absolutamente libre...
Lic. Luis Lúquez Minaberrigaray

MAÑANA VIERNES 25 SEGUNDA JORNADA DE CULTURA E HISTORIA DEL PAIS VASCO EN LA GOYENA

 
A cargo del Lic. Luis Lúquez Minaberrigaray. profesor de la Universidad Vasca de Buenos Aires y director de Instituto de Cultura Vasca Eneko Aritza, el viernes 25 de abril a las 19 hs. se desarrollará en la Biblioteca Popular Pedro Goyena la segunda jornada de historia y cultura del país Vasco que comenzó el pasado 28 de marzo. En esta oportunidad se tratarán los siguientes temas:
1- LA BATALLA DE BALDILLÁN

2- EL FEUDALISMO LA GUERRA DE BANDOS

3- LOS GUEVARA

4- LA BATALLA DE MUNGUÍA. AÑO 1470

5- BIZKAIA Y SUS FUEROS. AÑO 1490

Escudo del país Vasco

La conferencia se desarrollará en el horario de 19 a 20.30 HS.

Biblioteca Popular Pedro Goyena, San Luis 948

e/ Larrea y Azcuénaga – 
C.E.: bibliotecapopularpedrogoyena@yahoo.com.ar 
4224-8162 – de 13:30 a 17:30 hs. 
ENTRADA LIBRE Y GRATUITA

jueves, 17 de abril de 2014

HUDSON LA PAMPA LA ESCRIBIÓ DE MEMORIA... POR LAURA FERNÁNDEZ


Laura Fernández
Universidad de Buenos Aires
14 de mayo de 2011 a la(s) 11:13
Colaboración Roberto Tassano / Ed. Buenos Aires Books
En la Inglaterra victoriana y casi a los ochenta años, William Henry Hudson recuerda que en las pampas bonaerenses fue Guillermo Enrique. Y lo escribe. A mediados de los años veinte, algunos escritores argentinos se acuerdan de este paisano que emigró joven y descubren una inquietante obra completa que parece gaucha pero está en inglés. Fue necesario que nos visitara el poeta indio Tagore y preguntara a sus anfitriones de la revista Sur qué más podía leer de uno de sus autores preferidos para que, avergonzados por el olvido, se propusieran recuperarlo. Así, durante las próximas tres décadas aparecerán prólogos, artículos y libros sobre William y sobre Guillermo, según lo que busquen cifrar en ese nombre que bien leído podría significar la patria.
Entusiasmados, los comentaristas ensayan aposiciones más o menos reveladoras como gigante pampeano, naturalista sapientísimo, viejo comedor de caracú, hijo pródigo, el más criollo de los escritores nacidos a orillas del Plata, británico y también hombre de nuestra llanura, verdadero sentidor de la pampa, escritor inglés, gaucho desprovisto de todo aditamento y ornato puramente externos, angloargentino, autodidacta, nómade contemplativo, intérprete romántico del Nuevo Mundo, inglés chascomusero y hombre de ciencia universal, viajero empedernido, primer lector argentino de "El origen de las especies", romántico inveterado, y barbecho de viñas nórdicas regado con el agua de la pampa. (1)
Aunque algunos se reúnen en la Asociación Amigos de Hudson y otros, como Astrada, los acusan de panegiristas rastacueros, todos intentan encontrar en la biografía señales para entender la obra. ¿Es argentino o inglés?, ¿Científico o poeta?, ¿Naturalista o escritor?

LA PATRIA EN LA LENGUA 
Que la lengua contiene la patria y que la patria se dice en la lengua son fórmulas repetidas hasta que escandalosas convivencias de dichos pamperos y ruiseñores británicos vienen a impugnarlas. Guillermo Ara hace el patriótico esfuerzo de encontrar en la prosa inglesa de Hudson los ecos gauchescos de algunos giros. (2) Por ejemplo, My faults are more numerous that the spots on the wild cat podría ser frase que un Martín Fierro hubiera dicho como Tengo más vicios que manchas el gato salvaje, para más tarde exclamar algo así como Madrecita de mi alma! o Little mother of my soul!
Para sus lectores británicos, Hudson fue un exotismo dentro de lo exótico de la literatura de lejanías ya que, más cerca que las pampas, les eran las Áfricas que colonizaban con mayor contundencia. Sin embargo, las llanuras recorridas a caballo por esos hombres barbados y contadas en la voz del imperio mechada por palabras de cándida extranjería, bastaron para reconocer en
William Henry un escritor compatriota que recibió, pese a la resistencia apuntada por sus biógrafos, una pensión de la corona. Pero, ay de las erratas; nuestro pampeanísimo autor parece decir maté a la sagrada infusión que ya no toma y pechicho a los cuzcos que se le cruzan. Aunque Ara lo vuelve a salvar de lo que Hudson no se hubiera avergonzado señalando que, con toda probabilidad, el error provenga de los editores ingleses. Y para librarnos de toda duda, Fernando Pozzo se cartea con Robert Cunninghame Graham -Don Roberto de tanto andar por estos parajes- y confirma que su amigo era un gaucho de viejo cuño encolumnado en una lista de genios que incluye a Dante, Shakespeare, Cervantes y Conrad. 
Pese a los arrebatos de sus admiradores, Hudson resiste mejor que otros todo intento de brutal nacionalización. De padres norteamericanos protestantes, esquiva la evidencia del registro en la Methodist Episcopal Church - que lo indica nacido en el campo "Los Veinticinco Ombúes" de Quilmes el 4 de agosto de 1841- tanto como la fuerza de lo telúrico que conectaría su prosa con lo más hondo de la tierra (pampeana y argentina). Aquí es nombrado y no bautizado William Henry, a pesar del Dominguito que los vecinos criollos le agregan por respetar el calendario. Familiaridad que para algunos lo convertiría en un mismísimo gaucho aunque sabemos que no es fácil definir si es el caballo, la indumentaria o la payada lo que hace gaucho a un hombre. De las chinas sabemos menos pero tampoco el matrimonio lo hace argentino porque salvo un temprano enamoramiento local, la elegida para casarse es Emily Wingrave,
señora mayor y convenientemente dueña de la pensión que lo hospeda en Londres. Habrá que explicar, entonces, por qué un patriota deja la tierra donde vio la luz o que lo vio nacer, aunque para eso está la hipótesis romántica en la que alguna dama prohibida o algún rechazo mal dado lo hayan despechado y puesto sobre el vapor Ebro en 1874. Sin embargo, los líos de polleras opacan la imagen de galante asexuado que tanto irrita a Alicia Jurado, una de sus más prolijas intérpretes pese a las resistencias del autor a toda póstuma biografía. Hasta el final las mujeres parecemos haber perturbado a Hudson quien se declara tan conmovido en su presencia como ante las serpientes o la Naturaleza confirmando, una vez más, símbologías
que cargamos desde Eva. Este temprano militante de la ecología nos recomienda en artículos varios que dejemos de usar plumas en los sombreros y será, el resto de su vida, segundo de la Sociedad Protectora de Aves presidida por señoras de paso sufragistas. Coherente hasta la exageración, la versión más corriente de su partida es que no soportó ver a su pampa alambrada y a sus pájaros asesinados por los despreciables italianos que llegaban en bandadas. Prefirió recordarla salvaje y virgen, ajena a los cultivos extensivos y a las vías férreas que la anudarían en abanico cerrado sobre el puerto de Buenos Aires. Lo cierto es que desembarca en Southampton el año que termina la presidencia de Sarmiento pero no recuerda especialmente al desterrado que hizo el mismo camino unos años atrás para alegría del reciente mandatario. También apodado "el inglés", quizás por sus ojos celestes, Rosas lo había fascinado de un modo que recuerda a los primeros que se atreverán a expresar, unos años después, que Juan Manuel habrá sido asesino pero su
originalidad y su talento para el terror eran únicos. El niño William había copiado el respeto que su padre Daniel le prodigaba al Restaurador pero, más tarde, alimenta ese sentimiento con una anécdota popular que muestra al Tirano perdonando un reo sólo porque lo conmueve su descripción del benteveo. Ese gesto delicado y magnificente conmueve a su vez a Hudson quien, ya mayor, tienta una leve disculpa por su distracción aunque hace nueva gala de su indiferencia política partidaria o de su falta de corrección política cuando, al pasar por las tierras del exilio de Mr. Rose, sólo comenta qué lindos pajaritos la habitaban.

El gobierno de la mazorca pertenecía a su infancia, es el color de fondo que describe en su primera novela "The purple land" editada en 1885 pero leída con éxito mucho tiempo después cuando pierde el subtítulo that England lost. El diario "La Nación", en Buenos Aires, había publicado un año antes el relato "La confesión de Pelino Viera" donde ya aparecían, aunque todavía carecieran de críticos notables, las peripecias de una traducción cultural más que compleja entre lenguas, culturas y tiempos. Hudson había aprendido el inglés doméstico de su hogar, el anglosajón culto de una biblioteca generosa pero detenida un siglo antes y el castellano oral y agauchado con el que trabajó en el campo como uno más. A pesar del mil gracias o el mi amigo con los que se divierte en sus cartas, desconoce la ortografía; aunque algunos autores pretenden que pensaba en español y que la traducción se operaba bajo los efectos de una nostalgia de la que no pudo recuperarse. A los polemistas se les nota la vieja discusión por la literatura nacional porque si el color local es purple y el autor asegura su pertenencia a la gauchesca hablando de los gauchos pero no recuerda cómo hablan, habrá que abandonar las avanzadas nacionalistas sobre Hudson o aceptar que la patria no se agota en la descripción de una tropilla. Fácil es presentir la intervención del Borges criollista quien en "El tamaño de mi esperanza" (1926)
reseña La tierra cárdena indicando, sin ninguna "d" final, que es un libro más nuestro que una pena, sólo alejado de nosotros por el idioma inglés, de donde habrá que restituirlo un día al purísimo criollo en el que fue pensado. Claro que de ese libro abjura para sí mantener hasta "Otras inquisiciones" el comentario Sobre The purple land. Pasando por un abreviada Nota a La tierra purpúrea para la Antología de Hudson que publicará Losada en 1941 y donde, curiosamente, se ha suprimido: Una observación última. Percibir o no los matices criollos es quizá baladí, pero el hecho es que de todos los extranjeros (sin excluir, por cierto a los españoles) nadie los percibe sino el inglés. Miller, Robertson, Burton, Cunninghame Graham, Hudson.

Si lo que deslumbra al Borges maduro es la superación de todo pintorequismo a través de la comunión de un duelo de cuchillos entre paisanos y una cita de Stevenson, lo que conmoverá a Martínez Estrada es la vitalidad desbordante, cierto aire aristocrático de quien desconfía de las multitudes y el gusto compartido por los pájaros de la zona. La inquietante extranjería en su idioma inglés bien castizo hace de Hudson un instrumento útil para confrontar la canonización gaucha y nacionalista. Nada puede decirse en purísimo criollo y poco puede lograr la empobrecida literatura nacional apropiándose autores de otras tradiciones. Mejor será buscar en la ineludible traducción las posibilidades reales para las letras argentinas siempre en diálogo con la literatura universal. En ese sentido, "El mundo maravilloso de Guillermo Enrique Hudson" de Martínez Estrada termina citando a Hamlet igual que el "Far away and long ago" de su reseñado.
Aquí deberíamos indicar lo que dicen varios pero Michel Foucault escribe más fácil que todos: el lenguaje no expresa las cosas tan fielmente como pretendemos y, por lo tanto, estamos condenados y fascinados por interpretaciones infinitas y en combate, que si pueden ocultar su condición de tal presentándose como definitivas y naturales, mejor. El Hudson es nuestro de Martínez Estrada o el Hudson es inglés de Borges parecen no aceptar otra lectura que la literal pero no son más que otras de las numerables interpretaciones que construyen nuevos sentidos, algunos otros Hudson y varias modalidades de lo nuestro. Así resultan paradojas como la de la "Revista Hispánica Moderna" cuyo dossier se denomina Guillermo Enrique Hudson visto por los argentinos, sugiriéndonos una nueva forma de la ciudadanía que no tiene un lugar fijo ni en las cartografías ni en las mitificaciones.
Tanto como en el idioma, la patria parece estar inscripta en el paisaje pero aquí las discusiones se tornan geológicas, topográficas y hasta poéticas. ¿Cuál de todas las pampas nos cuenta Hudson? ¿La ondulada del litoral, la vecina y oriental del Uruguay, la reseca de "Días de ocio en la Patagonia"? Jurado señala enojada que los amistosos comentaristas confunden nación y paisaje. Nosotros diríamos que quieren confundirlos para ligar de una vez territorio-nación-idioma como una cifra que todo lo explique y que distinga lo nacional de lo foráneo. Sin proponérselo, Hudson la hace estallar amablemente porque su pampa es la del recuerdo infantil con todas sus trampas y no la del cruce entre tales paralelos y cuales meridianos; su pueblo es un conjunto de vecinos vistosos pero alejados del mito gaucho y su idioma es el inglés que eligió para escribir, entre otras cosas, sus treinta y tres años de vida argentina. El exilio no le asegura el reconocimiento inmediato. Varios años en Londres soportará la pobreza que es más dramática según el grado de heroísmo que quieran sostener sus relatores. Mientras sus artículos científicos mejoran al adquirir el inglés técnico de la Historia Natural, gana algo de dinero con Chester Waters rastreando árboles genealógicos para norteamericanos ansiosos de nobleza europea. Nadie lo ha mandado a emigrar y tampoco nadie le pidió volver como sí hacía la corona con esos enviados ilustres que llamamos viajeros ingleses del siglo XIX. Por la certera descripción de nuestro paisaje podríamos contar entre ellos a Hudson. Dos datos a favor de este intento: la repugnante fascinación del matadero y la metáfora de la pampa como mar. Pero, nacer en Quilmes y ser criado en Chascomús (?) invalida toda pertenencia creíble a las huestes de Head; además, sus textos son inútiles para informar las potencialidades económicas de la región. En ellos no hay mensuras ni contadurías sino alguna que otra avispa y un montón de pájaros.

LOS NATURALISTAS VAGAN HASTA QUE REINA AMEGHINO 
Hasta el siglo XIX, el inventario de las llanuras sudamericanas había estado a cargo de algunos visitantes mandados a sopesar las posibilidades de la región a favor de la industria, la política, la ciencia o la literatura de entretenimiento europeas. Falkner, calvinista devenido misionero jesuita, se aleja del río hacia 1750 para habitar entre los tratables indios que rodean la Laguna de los Padres. La falta de espejitos y alimentos básicos despierta la sempiterna incivilidad indígena y hace fracasar la bienintencionada Reducción del Pilar. Expulsado y vuelto a Inglaterra, el padre Tomás Falkner redacta sus memorias que son retocadas por William Combe, afanosamente dedicado a convertirlas en un informe de utilidad pública indicando posibles puertos y peces comestibles, por las dudas que los navíos reales tuvieran que hacer un día las invasiones inglesas.
Además de médico, profesor y sacerdote, Falkner es un naturalista que no sólo apunta su encuentro con un yaguarú y la variedades del gato salvaje sino que rasca la superficie para encontrar unas pocas vértebras e intuir que por debajo las pampas tienen mucho más que decir. Su "Descripción de la Patagonia y de las partes contiguas de la América del Sur" es publicada y criticada aquí por Pedro de Angelis, editor por excelencia de quien en 1833 se aventura en una temprana conquista que le vale el título de héroe del desierto. En esa expedición hacia el sur, Rosas rescata cautivos, asegura las endebles fronteras y se cruza con un joven naturalista inglés contento de que tan eximio jinete y comandante lo recibiera. Pudoroso de ese deslumbramiento casi adolescente, Charles R. Darwin anotará al pie del libro sobre su viaje por esta parte del mundo que, vistos los hechos posteriores, la Confederación no era tan buena y sí tan irregular como parecía. Sabe de las pampas porque ha leído al padre Falkner pero mucho más va a saber cuando abandone nuestras tierras repleta de ideas su cabeza acerca de las edades del planeta. El hecho de que todo se le haya ocurrido en esta superficie rala pero bondadosa en datos geológicos, alcanza para contarlo entre nuestros científicos, según propone Sarmiento cuando le toca hablar bien de Carlos Roberto Darwin recién fallecido.
Hudson recibe de regalo El origen de las especies y a pesar de rendirse ante el impacto de sus tesis, no deja de criticar a su autor en cuanto tiene oportunidad obligándolo, incluso, a rectificarse. Darwin olvidó esto, omitió aquello, confundió lo evidente y, el colmo de las faltas, no registró la belleza musical de las aves patagónicas. Un participante más amable en el extendido epistolario con el que Darwin recaba los datos para la teoría que explicará todo, es el naturalista bonaerense Francisco Javier Muñiz. Su biografía parece una colección de hitos nacionales: lucha en las invasiones inglesas, destaca como teniente coronel en la batalla de Ituzaingó, es miembro de la Convención Constitucional de 1853, con más de setenta años participa de la Guerra del Paraguay y muere en plena batalla contra la fiebre amarilla. Sarmiento rescata más que fervoroso su obra civilizatoria; cómo no hacerlo con un soldado omnipresente, médico de parturientas, investigador de la vacuna indígena, naturalista excavador, canciller espontáneo y vindicador del ñandú argentino ante la infamia de que, como el de África, escondería la cabeza para evitarse el peligro.
El descubridor del extinto Muñifelis bonariensis produce una variación de la metáfora marítima al ver el campo como una sirena que encanta o aquerencia a riesgo de que el gaucho deje sus huesos blanquiando entre las pajas o a orillas de una laguna. (Muñiz) Los otros huesos, de gliptodontes y megaterios que él había arrancado a orillas del río Luján, son enviados prolijamente a Nuestro Ilustre Restaurador de las Leyes para comenzar a construir la gloriosa historia antediluviana y nacional. Con notas de un rigor conmovedor y bajo la consigna ¡Viva la Federación!, Muñiz indica al Exmo. Señor la manera en que deben extraerse los fósiles para armar sin errores la cola bestial del Clygtodón. Instrucciones vanas porque el Tirano amante de los benteveos, hace que los cajones sigan viaje directo a los museos de Londres y París para indignación posterior de Ameghino quien sí podrá repletar de esqueletos las salas patrióticas de nuestros museos. Tarea desplegada en franca disputa con Burmeister, sabio alemán que había provocado el encuentro entre el todavía no perito Moreno y el incipiente excavador William, quien se desprende de algunos huesos para observar mejor los pájaros sobrevolando la pampa sin árboles. Cuando más tarde Mr.
Hudson se entretiene con los "Birds in London" aquí se organiza el culto al eminente Ameghino, tanto como para peregrinar laicamente hasta su casa en Luján o estamparlo en los libros escolares como ejemplo cívico. La ciencia natural y nacional se consagra en otro patriótico centenario obteniendo la personería jurídica como Sociedad Argentina de Ciencias Naturales en 1916. Sus miembros poco vagan por los campos y su preocupación es, ahora abastecer con investigaciones edificantes las aulas que producen, año a año, flamantes argentinos. En esa cruzada, Ameghino es el más meritorio porque la antigüedad del hombre en el Plata, tal como él la había datado, nos proclama cuna de la civilización. (González, Horacio) Justo cuando buscamos emparentarnos con las naciones modernas y para eso montamos un fabuloso stand en la Exposición Universal de París de 1889 donde premian con medalla de oro a nuestro sabio, sellando otra imaginación sobre la pampa ahora paleontológica y estratificada.
Quienes aspiran a incluir en esta genealogía a Hudson, se topan con una descripción detallada de las flores que gustaban a su madre y, enseguida, un réquiem emocionado y perdido entre las especificaciones sobre el modo en que esta planta se reproduce en cierto momento de la primavera en el cual la hierba es de un color particularmente glorioso. Además, el autor se jacta de su disfrute del ocio y alardea sobre su falta de instrucción académica: Llega el anochecer, que pone fin a mi inútil investigación, y digo inútil con verdadero placer, porque si hay algo que nos sentimos inclinados a detestar en esta plácida tierra es la doctrina de que todas las investigaciones que se lleven a cabo en el reino de la naturaleza deben reportar algún provecho, presente o futuro, para la raza humana.(2) Su amigo, Cunninghame Graham, le oyó decir heréticamente que preferiría ver perdidas todas las obras de los griegos antes de que se extinguiera una especie. Hudson no es un clasificador ni un coleccionista, tan frecuentes en la ciencia moderna, sino un observador vital que de pequeño cazador en las pampas del degüello pasa a anciano defensor de ardillas del Hyde Park. Pobre niño autodidacta; quizás, se lamenta un autor que quisiera contarlo para la ciencia, tendríamos al doctor Hudson si cerca de los ombúes hubiera habido una escuela, como la del otro Dominguito, a la cual no faltar nunca. Pero para eso fueron necesarias otras expediciones del todo más asesinas y también escritas.
El militar Álvaro Barros publica su informe sobre las "Fronteras y territorios federales de las pampas del sur" en 1872. Por años ha recorrido la pampa que siente como el océano pero que sabe cruzada de malones; para atajarlos lo enviaron a la frontera. Desde allí denuncia las corrupciones oficiales y la arbitrariedad de las campañas con una frase lamentablemente menos famosa que la otra: la civilización por el exterminio no es civilización sino barbarie. El después figurado gobernador de la Patagonia, hace su propio inventario pero no de minas explotables ni de raros insectos sino de hombres y caballos dispuestos a extender la patria. ¿Habrá contado entre ellos al jinete Hudson?, Martínez Estrada también pregunta a la pasada si se habrán conocido en los pagos de Azul donde uno cumplía órdenes y el otro mandaba. Y donde Barros se preocupa por el ocio de dos o tres mil hombres conminados a soldados que no será seguramente coger margaritas y flores del aire para reconcentrar en un solo sentido (el del olfato) todos sus goces y entonces pide que envíen mujeres pero no esas que siempre siguen a los ejércitos y sí de las que constituyen hogares porque una población sin mujeres se disuelve. Nosotros sabemos, porque Martínez Estrada ha sustentado su interpretación de la filosofía de Hudson en los sentidos y sobre todo en el olfato, que William aprovechará su estadía en los fortines para oler, si no margaritas, alguna que otra flor olvidada por la poesía y por la botánica. Como Muñiz, comprobará de cerca las bondades del avestruz americano aunque no compartirá su destino de víctima de la fiebre amarilla porque en 1871 está en la Patagonia escuchando los pájaros ignorados por Darwin. Después describirá en Ralph Herne el cuadro dramático que nunca vivió, con sólo haber visto y recordar, el cuadro que Blanes pintó sobre la masacre de la peste en los conventillos pobres.
Alguna vez podríamos trazar sobre las pampas un mapa que sin respetar la buena cartografía ilustre estos encuentros. Hombres de a caballo (y mujeres) que las recorren, las escriben o las conquistan, con la pluma con la espada y la palabra, para después alambrarlas y sembrarlas de pueblos en damero con nombres de generales y llenar las vitrinas de los museos europeos con sus especímenes embalsamados. El Hudson romántico –cuyo nombre bautizará la localidad que hoy todos pronuncian "údson"- prevee ese destino, abandona la taxidermia y elige, además del destierro, utilizar algo de ese paisaje como inspirado escenario de un relato utópico. The crystal age fue publicada sin su firma en 1887, dos años antes de la más reputada News from nowhere de William Morris (a quien Hudson considera un autor tibio) y nos tienta si quisiéramos con una nueva genealogía que lo convoca, la del pensamiento utópico en nuestro país.
Esta reunión caprichosa de algunos naturalistas célebres y un militar extravagante tiene como excusa no sólo que todos escriben sino que sus notas de campo registran las manifestaciones del lenguaje, esa otra cosa que parece natural. Falkner escucha y practica sin suerte las lenguas locales. Muñiz resume en un glosario fantasioso las voces gauchas entre cuyas acepciones tienen lugar hasta los dioses griegos, como corresponde a un miembro de la Sociedad de Amantes de la Ilustración; además de cartearse con el director de la Real Academia Española. Ameghino propone un sistema de escritura taquigráfíca que se aprende en tres horas y es de suma utilidad para tomar notas veloces. Barros escapa a la limitación de su oficio y redacta informes que no desdeñan la belleza poética inspirada por el horizonte. Sus libros compilan los malentendidos entre los indios, los lenguaraces y los funcionarios corrompidos que hablan la lengua de los fortines. A su manera, estos hombres no tienen más que llanura y libreta. Vagar, ver y escribir sobre las rodillas sin desmontar. O al lado de la bicicleta, como continuó Hudson cuando la pobreza londinense primero y la edad después, le quitaron el caballo. 

PERO, LAS NOTAS DE CAMPO NO SON LITERATURA 
Dicen quienes lo persiguieron en bibliotecas y papeles familiares -pese a su deseo de matar su memoria con él- que, como buen naturalista, siempre tomó notas de campo. Incluso escribió un diario en el barco del exilio para después dedicarse a los artículos de la Royal Zoological Society y a su colaboración en la "Argentine Ornithology". A la par de esas notas sobre el comportamiento animal intenta alguno que otro poema, entre ellos, una canción de cuna publicada, según Ara, oculta bajo un seudónimo femenino que nos entristece. ¿Querría Hudson proteger su reputación de científico inminente? ¿O ya sabrá, como confiesa en una carta posterior, que su talento para la poesía no está a la altura de las emociones transmitidas? Cree como Virginia Woolf -quien llegó a admirarlo en Londres y en vida- que la poesía es la expresión literaria más genuina y más difícil, por lo tanto, resigna su deseo. Así, su obra completa incluye novelas, cuentos, ensayos y artículos periodísticos pero es imposible que respeten como se debe las reglas de los géneros. En una novela puede detenerse a explicar las costumbres de ciertos mamíferos y confiamos en que la información proviene del más riguroso de los observadores. En el mismo sentido, recurre a unos versos ajenos para ilustrar la furia cazadora de un insecto mientras en sus arrobadas descripciones del abdomen de un ofidio alcanza la altura poética que cree carecer.
Sus textos reproducen el vagabundeo de los recorridos campestres. El naturalista puede preveer el objeto de su interés pero, en general, los ejemplares salen al cruce para ser atrapados por la libreta de notas tan azarosamente como aparecieron. Después serán pulidos y dispuestos a la exhibición con algunas palabras más que las dictadas por la libreta y por la memoria. Ese agregado, esa traducción entre unas pocas líneas al paso y la belleza de una página le valieron, al fin, reconocimiento y colegas. A pesar de ello, W. H. Hudson no se considera un escritor artista, y se los aclara provocativamente en los cafés literarios y en sus casas de campo en cuyos alrededores aprovecha para tomar más notas. Su escritura parece deber menos a la inspiración que a la delicadeza de sus sentidos. Está tan convencido de que las percepciones deben ser fuertes y únicas que suele evitar reincidir en un paseo o en una perspectiva con tal de preservar la impresión de la primera vez. Sólo la memoria así estimulada ofrecerá un recuerdo válido para contarles a todos en novelas, relatos breves o modestos poemas. Tanta subjetividad y tan descarado sentimentalismo son imperdonables para un espíritu cientificista. No hay modo de salvarlo con la excusa de que es un botánico que escribe bien o un biólogo todavía más cercano al influjo de la campiña que al gabinete del Museo Británico. Irremediablemente traiciona la exigencia de un correcto naturalista quien, con binoculares o sin ellos, sólo debería apuntar lo que ve para que otros acrecienten sus saberes sobre el mundo natural. Sin embargo, con su inevitable primera persona del singular, su errancia por los géneros, su extremada sensibilidad ante cualquier criatura viva y su silvestre vocación filosófica, Hudson trasciende el simple oficio de escribiente anónimo al servicio de la ambiciosa enciclopedia de la ciencia universal.


ESCRIBIR DE MEMORIA ES UNA ILUSIÓN 
Si Sarmiento describe la pampa por intuición, Hudson la escribe de memoria. Es Martínez Estrada quien lo pinta como el más nostálgico de los emigrantes, siempre añorando la patria natal y lleno de saudades. Pero parece ser Cunninghame Graham quien toma primero esa palabra del portugués para explicar mejor los sentimientos de su amigo ¿O es el traductor quien encuentra más efectivo decir sufría de saudades que nomás extrañaba el pago? No es el único inconveniente de trabajar con traducciones en lugar de recurrir a los originales en inglés; Jurado ya despotricó contra esa pretensión y lo haría nuevamente ante este intento. Sin embargo, alcanza para este ensayo aceptar las contrariedades de la traducción y proyectar otro que se ocupe, justamente, de esa compleja operación.
Antes se nos aparece una trasposición original desde lo visto alguna vez a lo reactualizado en la escritura, a través de una evocación intachable. Basta una hoja o un sonido para desatar - como la madeleine de Proust - toda una narración de experiencias que estaban allí para ser revividas. La Memoria de Hudson supone la copia fiel tanto como en su momento lo prometieron la fotografía y el cinematógrafo. Es una Memoria de registro, un gran ojo que se pasea por todo lo vivido como si hubiese sido almacenado en bruto para que alguna vez el ya viejísimo Hudson pudiese recuperarlo. Casi todos los comentaristas destacan su memoria prodigiosa, un hombre que recuerda el matiz verdoso de un yuyo pero ha olvidado el castellano que intenta practicar cuando su sobrina Laura lo visita en Londres. Quizás las sonoridades de ese idioma no lo han impresionado tanto como la llanura, los escasos árboles y los muchos pájaros, protagonistas de su autobiografía Allá lejos y hace tiempo. Es el libro que narra su infancia, período en que se percibe todo por primera vez y se garantiza, según su propio requisito, la evocación por excelencia. Páginas escritas de un tirón en la convalecencia de una fiebre que como por milagro despeja las brumas de los viejos tiempos; editadas casi a la par de su testamento, eso que uno escribe para cuando ya no pueda decir nada más. Y aquí su otra obsesión: el temor a la muerte presente desde que los médicos le prescriben una existencia corta y una partida de sorpresa, a causa de una debilidad cardíaca descubierta después de una gripe adolescente. En contra, entonces, de la muerte y del olvido, escribe como quien recuerda bajo una hipnosis providencial; técnica admirada y defendida de sus detractores por el Hudson psicólogo que sabe ser cuando intenta explicar las bondades del ocio o el horror que nos provoca un simple bicho.
Bajo esta Memoria fotográfica operan, como dos ilusiones fascinantes, la continuidad vida - obra y la naturalidad del lenguaje. En la primera, participan sobre todo los reseñadores que intentan encontrar en su biografía algunos indicios para comprender cierta incoherencia de la obra. La mayoría ansiosa por comprobar que los personajes tienen más relación con su creador de lo que él mismo confiesa, a pesar de frases bastante elocuentes como es una ilusión suya creer que las aventuras allí relatadas son autobiográficas. (Cartas a Cunninghame) En contra de las interpretaciones forzosas lo descubren vestido de tweed y sin poncho o lo leen en sus cartas afirmando que conoce bien la pampa porque es su tierra nativa aunque abandonada para habitar nuestro suelo inglés. Para desencanto de varios, no se le escuchó una condena firme de la tiranía rosista, ni una alabanza a la modernización genocida, ni un saludo a los europeos migrantes. Tampoco han dado con la cita que explique satisfactoriamente su partida, mucho menos su reticencia a volver pese a las invitaciones de algunos familiares que lo tientan con imágenes de avecillas y de flores.
Ante la desgracia de que los datos no confirmen el Hudson deseado, muchos optan por encontrarlo contradictorio, incoherente, aturdido. Otros recrean un triste gaucho atrapado por la city más parecido a un águila enjaulada y en pena. Cuando no un romántico que prefiere el destierro antes de ver con sus propios largavistas los campos arados. Un hombre que vive a través de su escritura porque afirma que su vida ha terminado al dejar las pampas. Según una lectura simplista de esos dichos, Hudson es de a ratos Richard Lamb y vuelve a cabalgar mientras suspira tras las ventanas mínimas de su pensión londinense. El efecto atemporal de sus textos refuerza esa interpretación porque logra un presente continuo, fluido, errante donde casi nos sorprendemos con él ante el paso sigiloso de un ciervo o el nido escondido entre las ramas y gracias al cual olvidamos que la anécdota tuvo lugar hace unos ciento y pico de años.
Hudson mismo es, a la vez, autobiográfico y antibiográfico. No deja de hablar de sí pero evita las pruebas de su intimidad, quema manuscritos y pide a sus mujeres amigas devoluciones de las viejas cartas. En las breves epístolas salvadas hay oscuridades y malentendidos como los hay hasta en las vidas que se saben de antemano celebradas póstumamente. Guardan, también, huellas de un recorrido original fuera de las escuelas literarias, de las clases sociales y de las nacionalidades definidas; un Hudson algo nómade que nunca está donde se lo espera. Anda migrando como sus aves amadas y, por suerte para la literatura, dándole letra a ese narrador que es él aunque nunca del todo.
La otra poderosa ilusión de sus escritos provocada por la excusa de la Memoria es celebrada por los comentaristas como transparencia o diafanidad del lenguaje. Aquí aparecen fáciles imágenes de la naturaleza en las que su prosa corre como el agua o vuela como el cóndor, apaciblemente y sin mover las alas. Además, crece como los pastos, espontáneamente y al sol. Se trataría de una obra extraída de la naturaleza del siguiente modo: Hudson vaga y percibe con su fina sensibilidad, Hudson recuerda como quien revive, Hudson escribe casi como viviendo. Según afirma en su correo, abonando las metáforas vegetales, sueña con el día en que me encontraré al fin a mí mismo en absoluta armonía con todas las cosas animadas e inanimadas y tendré por lápiz una verde hoja de
pasto y por tintero una gota de rocío asoleada y donde un día será como mil años y mil años, suponiendo que viviera tanto tiempo, serían como un día. (Cartas a Cunninghame)
Las palabras que dicen provenir del rocío esconden bellamente el puro artificio y el esfuerzo que la naturalidad conlleva. Mucho sabe Hudson de ese salto entre las cosas (animadas e inanimadas) y las palabras ya que ni siquiera tiene las voces humanas apropiadas para transmitir el canto de las aves. Cuando las encuentra, intuye que nada garantiza su eficacia y que buscarlas es una batalla perdida desde siempre. Lewis Carroll, esa otra anomalía para la moral victoriana, le hace decir a Humpty Dumpty - mientras Hudson recorre la Patagonia -  que, en cuanto a los significados de las palabras, la cuestión es saber quién manda. El libro en que Hudson cuenta aquel viaje de expedición y despedida, aparece veinte años más tarde y convoca al disparatado pero sagaz personaje: Fácilmente podemos perdonar a los poetas sus descripciones equívocas, puesto que como guías no son de fiar y muchas veces como Humpty Dumpty, en "A través del espejo", hacen que las palabras desempeñen "trabajo extra". En busca de conceptos bien fundados acostumbramos a acudir a los hombres de ciencia, pero, por extraño que parezca, mientras se quejan que nosotros –los no científicos- carecemos de ideas determinadas y correctas sobre el color de nuestros propios ojos, ellos han prestado apoyo a las fábulas del poeta, y se han tomado el trabajo, incluso, de convencer a la humanidad de su acierto. (Días de ocio: 169)
Otra vez fugando de los nombramientos y los titulados: se dice no científico pero se distancia de los poetas. Su estilo es engañosamente despojado y llano como es de engañosa la pampa vacía para quien no la sabe leer repleta de rastros. Ese dejo natural le exige correcciones, tachaduras, peleas con los adjetivos que no dicen lo que deben, extensas digresiones que parecen silvestres pero que han sido cultivadas justo para distraernos. Y lo logra, hasta que reparamos en que nos está contando la impresión que le causa un coro de tordos al pequeño bárbaro William, comparándolo con la música instrumental de algún salón inglés; o el susurro de los álamos con el de las olas que ha escuchado mucho años más tarde. El efecto se refuerza por la escasa jerarquización de los temas que nos lleva de la composición química de la luz de una luciérnaga a la reflexión sobre el panteísmo en la humanidad. Además de la displicencia con que recurre al dramatismo, sorprendiendo al lector en solidaridad con la tragedia de unas hormigas de las que hay miles.
En fin, los hechos triviales narrados como epopeyas y los viejos recuerdos reanimados como vivencias actuales, ocultan las trampas del lenguaje cuya artificialidad conmueve a nuestro autor tanto como la aparente naturalidad de las cosas. Su tierna manera de perseguir las voces que dicen mejor el mundo lo convierte en escritor casi a su pesar. Lástima que de esa búsqueda maravillosamente inútil que es toda su literatura, nada nos dice la combinación de versos elegida por sus amigos para el epitafio: Amó los pájaros, los lugares verdes y el viento de los matorrales, y vio el brillo de la aureola de Dios.

 Laura Fernández

NOTAS 
(1). En orden de enumeración (ver bibliografía): Lucilo Oriz, Fernando Pozzo, Ezequiel Martínez Estrada, Luis Velázquez, Enrique Espinoza, Alicia Jurado, Luis Franco, Carlos Astrada, Antonio Gallo, Haydée Jofre Barroso, Juan Azcoaga, Jorge Casares, Hugo Manning, Jorge L. Borges, Jorge Pickenhayn, Julio Orioni y Fernando Rocchi, Newton Freitas, Angélica Mendoza.
(2). Hudson, W. H.: Días de ocio en la Patagonia, AGEPE, Bs.As., 1956, pág.122.

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