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viernes, 26 de abril de 2013

SARMIENTO Y LAS BIBLIOTECAS POPULARES




Por Gregorio A. Caro Figueroa
 Aunque fue una de las preocupaciones centrales de Sarmiento, inseparable de su interés por la educación común, el tema de las bibliotecas públicas o populares, ocupa un discreto lugar en el conjunto de su obra escrita. Bajo ese título específico se dedican a ella sólo 129 de las 400 páginas del tomo XXX de sus Obras Completas, editado en 1899.

También las alude en "Educar al soberano"; "Informes sobre educación" y "Educación común", entre otros. Esa marginación del tema adquiere rasgos más pronunciados en la mayoría de los biógrafos y estudiosos de la obra sarmientina, que suelen mencionarlas como un dato estadístico de su gestión presidencial, cuando ellas pasaron, según Lucero, de 64 a 125, abarcando buena parte de las provincias.
Con toda la importancia que tiene, este solo dato no abarca ni agota la riqueza de la variedad de ideas e iniciativas contenida en ese impulso sarmientino manifestado ya en un artículo publicado en diciembre de 1840 en "El Mercurio". A poco de empezar su carrera periodística como emigrado, Sarmiento alude a la bibliotecas públicas a propósito de elogiar la acción de la Sociedad de Lectora, obra de Benjamín Franklin que dio origen a "todas la sociedades que del mismo género tienen por objeto mantener una biblioteca pública en cada aldea, villa o ciudad, para instrucción o recreo". Pero la alusión de Sarmiento no se reducía a la alabanza a Franklin y a esas sociedades. Su mirada penetraba en el fenómeno más profundo, que explicaba su existencia el espíritu de asociación que tanto engendra libertad como nace de ella.
Las asociaciones solo nacen en los pueblos que gozan "del inestimable bien de la libertad".

El republicanismo de Sarmiento está atravesado por el espíritu de asociación que Tocqueville ponderó como clave de la vida norteamericana. Si en las sociedades aristocráticas los poderosos no necesitan unirse para actuar porque solos son fuertes, en las democráticas "todos los ciudadanos son independientes y débiles (...) Todos caen, pues, en la impotencia, si no aprenden a ayudarse libremente", anotaba el autor de "La democracia en América". Sarmiento, casi instantáneamente con Tocqueville, explicaba en Chile la necesidad de formar "sociedades para fomentar la lectura de libros útiles, la difusión de los diarios entre los ciudadanos y la instrucción primaria en todas las clases de la sociedad".
BIBLIOTECA POPULAR Y ESCUELA PÚBLICA
Primer dato
: el interés de Sarmiento por las bibliotecas populares es contemporáneo del que alcanzaba su despliegue en Estados Unidos y comenzaba a insinuarse en algunos países europeos. Según Hipólito Escolar, las bibliotecas públicas aparecen en los países anglosajones a mediados del Siglo XIX, coincidiendo con el ascenso de la clase media y obrera, la expansión de la escuela pública, el correlativo aumento del número de lectores y el abaratamiento de la impresión de libros.


En 1845, el gobierno de Chile estableció "Bibliotecas populares en las escuelas", a instancias de Sarmiento. Más, "nadie leyó los libros", por lo cual aquella experiencia fracasó, según admitió él mismo treinta y tantos años después. Segundo dato: por intuición y conocimiento de las experiencias que se venían realizando desde 1837 en Massachussets, Sarmiento vincula educación común con biblioteca pública, y coloca a ambas como fundamento de la civilización, del progreso y del bienestar de los pueblos. Escuela y biblioteca son "el alfa y el omega del sistema". En "Vida de Dominguito" (1886) será más contundente: "La civilización de la América del Sur está ahí, en ligar la escuela con el libro. Las bibliotecas locales son la consecuencia forzosa de la expansión de la escuela pública. Pero no son hijas, sino causa y fin de ellas", explica.
Es parte del sistema de instrucción pública y del organismo social "como la escuela obligatoria y gratuita". De lo cual no se desprende que esas bibliotecas sean un mero apéndice o un complemento. Son, por el contrario, "el agente más poderoso de la difusión de los conocimientos útiles". Ambas se implican mutuamente. "Los libros piden escuelas, las escuelas piden libros" […] "Nada se aprende sino leyendo". Recién años después que Sarmiento, Jules Ferry enunciará en Francia lo que Anne-Marie Chartier llama "el credo republicano que recorre todo el siglo y que une en mismo proyecto de instrucción y de liberación la biblioteca pública y la escuela pública. […] "se puede hacer todo por la escuela, por el liceo o la universidad, pero si después no hay bibliotecas, no se habrá hecho nada".
LEER ES UN DERECHO

Tercer dato: para Sarmiento "leer es un derecho", pero en América Latina a mediados del siglo XIX es, como tantos, un derecho negado. El tránsito del súbdito al ciudadano está estrechamente ligado al paso del analfabeto al lector. Pero no al lector que se obliga a leer determinados textos y se le prohíben otros, sino al lector que escoge libremente lo que desee leer: "al niño grande no se le puede obligar a leer". Cuarto dato: la escuela pública instruye pero no educa, enseña a leer pero no crea el gusto por la lectura, ni garantiza que el saber leer genere el hábito y el placer por la lectura. Falta mucho aún para que los pueblos de América Latina se asemejen al norteamericano que "lee para vivir, porque leer es parte de la vida": se debe enseñar a leer no sólo para memorizar sino para aprender a pensar. La biblioteca popular pone "en actividad la inteligencia por medio de la lectura". De este modo se opera una revolución silenciosa. El hombre que lee es un hombre que puede ser libre. Quinto dato: la biblioteca pública o popular nace de una necesidad creada y debe dotarla de los medios para satisfacerla. En Estados Unidos y Europa esas bibliotecas nacen al lado de la escuela "y tomando todas las formas, suben desde la aldea hasta el capitolio". Pero no nacen espontáneamente de la sucesión de ideas, sino del vínculo asociativo. Sexto dato: las bibliotecas públicas surgen de una voluntad asociacionista ciudadana que puede recibir apoyos de un gobierno pero que no se confunde ni se subordina a él. La iniciativa social no suprime el apoyo gubernamental, pero éste tampoco de suplir o eliminar a aquella energía social. Como explica Escolar: "El movimiento bibliotecario nació de abajo a arriba, con un sentido verdaderamente democrático", especialmente en los Estados Unidos. El espíritu de asociación se ve malversado cuando la biblioteca popular pierde su autonomía en manos del Estado y pierde su espíritu pluralista y tolerante por obra de los dogmatismos religiosos o sectarismos políticos. "Rara vez vine, ni me entrometí en el régimen de una ni de otra biblioteca, pues cada una de ellas estaba confiada a sus funcionarios respectivos", dice el 20 de julio de 1883 en una conferencia sobre "Lectura en las Bibliotecas Populares", en la sociedad Rivadavia, asociación que apoyaba a la biblioteca del municipio porteño.
Recuerda José Isaacson que, en marzo de 1886, en carta a Mary Mann, antes de definirse como político, Sarmiento prefiere caracterizarse como un constructor de la República. Aludiendo al recrudecimiento de su probable candidatura presidencial, Sarmiento añade a Mary Mann: "Siempre aparecerá como un signo consolador este nombramiento de un ausente que ofrece enseñar a leer". Razón, pues, asiste a Lugones cuando observa: "De ver a los montoneros fanatizados por el mismo caudillaje que explotaba su miserable condición, y en ciertos mocetones de San Francisco del Monte, lozanos y analfabetos, vínole la idea de enseñar a leer".
No sólo el desierto; el aislamiento también explicaba la barbarie que echa raíces allí donde el libro no se conoce o se prohíbe y donde no se lee o se estimula la lectura o donde, como durante el régimen colonial español y la dictadura de Rosas, sólo se permiten devocionarios, panegíricos de los santos patronos o los mensajes del propio dictador bajo cuyo dominio las bibliotecas conocieron una "quietud sepulcral". En vano se buscarán libros con conocimientos científicos o información práctica y útil. "Todo libro desconocido lo único que debiera prohibirse es la barbarie, añade en "Bibliotecas Populares". Las bibliotecas no tienen recursos. "¡La generalidad de nuestros gobiernos es sorda de esa oreja! ¡A cuántas cosas más urgentes deben atender proveer de pólvora y balas a los ejércitos!".

NADIE LEE EN PROVINCIA"
"Nadie lee en aldea o provincia", anota Sarmiento en 1883, pese al impulso dado durante su gobierno a la formación de bibliotecas populares. En la mayoría de esos pueblos "no hay qué leer ni para qué leer". Años atrás había recordado sus años juveniles en aquella San Juan que era, como el país todo, un páramo cultural. "Viví en mi provincia en época en que sólo seis personas teníamos hábitos de leer, pudiera nombrarlas. He residido en un país de ciento ochenta mil almas en el que mujer alguna leía en un año una hoja de papel. Esa era la América de entonces, y ya sabemos hasta dónde ha dejado de serlo (...)". Luego añade: "saber leer antes de casarse es mirada como habilidad extraordinaria en una mujer". El analfabetismo o la estrechez económica ¿deben ser obstáculos o impedimentos para abrir bibliotecas? La respuesta de Sarmiento al gran problema de la civilización consiste en resolver esta pregunta, "¿cómo pues, crear una secreta y constante hambre y sed de saber?".
Hasta el impulso dado a partir de 1868, la biblioteca popular había sido "un fantasmón, que no dejaba acercarse a nadie para reconocerlo inerte, insubstancial y vetusto". Las poquísimas bibliotecas existentes realimentaron el atraso general porque fueron encorsetadas por "trabas, prescripciones y exigencias (...)”. Aquel fuerte envión se frustró por la desprotección y supresión de las partidas presupuestarias de ayuda a mediados de la década de 1870.
Entonces deploró que las bibliotecas populares quedaran a merced de los recortes presupuestarios y al cambiante humor de los gobernantes: "cuando el país cambia de presidente, cambia de opinión". Aquellas bibliotecas murieron "en su cuna, porque su nodriza, la Patria, había vuelto a las andadas". Muchas bibliotecas no murieron de muerte natural "sino de la lepra de Santiago que es la dilapidación ejecutada por los pocos bárbaros que visten levita". Hacia 1884 piensa que la tarea es resucitar aquellas bibliotecas que mató el abandono. Una y otra vez insistirá en demostrar "cuan grande asunto es el de la fundación de la bibliotecas".
 
UNA BIBLIOTECA NO DEBE SER UN MUSEO
Sarmiento distingue la biblioteca para eruditos más parecida a un museo que a un centro de información actualizada, de la biblioteca popular. Si compara a aquella a un sereno estanque, asemeja a ésta a un río en continuo movimiento. Una biblioteca no puede petrificarse junto a los libros que conserva. "Los libros pasan con las ideas que contienen", afirma. En "Educar al Soberano" sintetiza sus ideas al respecto. "Es preciso, urgente, tener bibliotecas públicas, al alcance de todos, y con los libros modernos y lecturas corrientes (...)." Una biblioteca "no vale tanto por lo que posee, sino que debe mantener vivo el interés, adquiriendo lo que no tiene".

Una biblioteca que no se actualiza incorporando novedades, deja de ser una biblioteca para convertirse en un museo. Una biblioteca debe tener los diarios del día, las novelas recientes, los libros útiles y también los amenos. Debe ser capaz de
informar, instruir y divertir. "El primer error que suele cometerse al establecer una biblioteca pública, es elegir libros demasiado serios, de profundo saber. Es ocioso colectar libros para que el pueblo lea y después quejarse de que no lee". Es un error excluir de esas bibliotecas los llamados "libros frivolos". Lo primero que debe tener una biblioteca son periódicos y novelas. Otro tipo de lecturas vendrán por añadidura.
Si las bibliotecas son almacenes del saber, ellas no pueden administrarse con negligencia pues, se convertirían en depósitos inertes acumulando capital muerto. Una biblioteca "es casi inútil, si no es comprensiva de la mayor parte de los libros de nuestra época, sin excluir a los clásicos de las pasadas". Una biblioteca popular debe permitir que su lector "esté en actitud de comprender el país en que nace, el mundo en que vive y la época que le sirve de horizonte". Si no se les infunde nueva vida, incorporando nuevos libros, una biblioteca languidece y muere. "Las bibliotecas necesitan nervios y no pulpa, carnes vivas y no mortecinas". Una y otra vez insiste en la necesidad de ofrecer conocimientos actualizados y útiles.
Si se quiere dejar atrás los usos rudimentarios de labrar la tierra, incorporando maquinaria agrícola, hay que leer. "Para introducir otro arado que el rejón informe que nos legaron los romanos, es preciso mover la inteligencia de los que han de manejarlo, preciso es que antes de usarlo se convenzan de su utilidad y aún antes sepan que existen en alguna parte mejores y más productivos métodos de labranza". No es posible incorporar los beneficios del progreso si no se enseña a leer y se lee. El otro gran problema es el raquitismo o la inexistencia de una industria editorial que edite obras en castellano: no hay libros de actualidad en castellano, estamos a oscuras de las transformaciones de las ideas y nociones aceptadas que han sufrido en éstos últimos años (...)". Con esos libros no puede civilizarse ningún país. GERENCIAR LAS BIBLIOTECAS
Anticipándose a los modernos criterios de gerenciamiento sostiene: "El secreto está en darles desde el principio el carácter de un negocio, como cualquier otro". En septiembre de 1877 escribe: "Muchas veces se descuida este punto, como ajeno a instituciones literarias y de educación; pero es un error que los hombres que han visto desde adentro las grandes instituciones de caridad, reconocen, sabiendo muy bien que ni la fe ni las obras, según el sentido religioso de estas palabras, o el patriotismo ni el saber salvan, sin llevar cuentas arregladas, tener horas fijas y una eficaz inspección".

Imaginando a Buenos Aires gran ciudad futura, y con ella una gran biblioteca pública, explica que su manejo será una "cuestión puramente de administración". El teléfono permitirá que la biblioteca esté cerca de la casa "de todo el mundo". Diez o veinte carros repartirán y recogerán todos los días los préstamos a domicilio de esa mercadería especial que son los libros. Pero una biblioteca no es un depósito de libros ni se hace sólo de su acumulación desordenada. Sarmiento habla del bibliotecario, quien la ordena, le proporciona sentido y le otorga utilidad. "¡Libros, libros, libros! Pero libros adecuados, distribuidos metódicamente (...)". Ya entonces comprendió cabalmente que, como se dice ahora, ser bibliotecario "consiste en ejercer una actividad encaminada a que una biblioteca sea una biblioteca".
La mirada abarcadora de Sarmiento apuntó a casi todos los aspectos que hacen a una concepción moderna de las bibliotecas públicas: sus sistemas de clasificación, sus edificios, sus métodos de conservación, sus reglamentos y administración y la legislación que regiría su actividad protegiéndolas mediante el otorgamiento de fondos públicos para su sostenimiento. Iniciada hace casi 160 años su lucha por difundir la lectura, el libro y las bibliotecas populares, cabe preguntarse si como el propio Sarmiento ambicionaba- nuestros países han logrado incorporar definitivamente esas bibliotecas "a nuestras costumbres sociales" o si, por el contrario, es aún largo el camino por recorrer.

El desbordante genio de Sarmiento encontró en las bibliotecas públicas no sólo un objeto en donde posar su caudalosa pasión, sino también donde aplicar su racional vitalidad.
El intendente José Andrés López, inaugurando el nuevo edificio de la Biblioteca Pública Municipal Domingo Faustino Sarmiento de Quilmes, en la esquina de las calles Alem y Mitre. (1904)

FUENTE
http://www.fundacioncultural.org/revista/nota1_36.html

Gregorio A. Caro Figueroa. Nació en Salta en 1946. Casado con Lucía Solís Tolosa, profesora de filosofía e historiadora; tiene cuatro hijos y una nieta. Es periodista desde 1963, e historiador. Se desempeñó en las redacciones de El Tribuno, Norte, y Democracia de Salta, y en La Gaceta de Tucumán. Fue corresponsal en Panorama, colaborador de Clarín desde Salta, corresponsal de El Tribuno en Madrid. También fue columnista y editor del suplemento cultural dominical en ese mismo periódico y enviado especial para la cobertura de acontecimientos políticos internacionales en España y países latinoamericanos. Trabajó como jefe de prensa de la Confederación Médica de la República Argentina. Fue secretario de redacción de Todo es Historia desde 1988 a 1996, donde actualmente es editorialista.  Publicó los libros Historia de la Gente Decente (Buenos Aires, 1970); El Noroeste Argentino como Región (Salta, 1974); Viajeros al Tucumán en el siglo XVI (Madrid, 1983); Los exilios argentinos (Buenos Aires, 1987) y Fanatismo en la historiografía argentina (Buenos Aires, 1989). Es coautor de la Historia Integral de la Argentina, con Félix Luna, (tomos III, IV, V y VI; Planeta, Buenos Aires, 1995). Es autor asimismo de Salta-Argentina, dos tomos (Buenos Aires, Manrique Zago ed., 1997), de NOA-Norte Grande: crónica de dos regiones integradas, Buenos Aires, Embajada de Chile, 1999; y de Salta, Bibliotecas y Archivos, Salta, Ediciones Los Tarcos, 2002. Coordinó el libro El Milagro de Salta, Buenos Aires, Ediciones de Arte, 2003.  Participó como expositor en congresos iberoamericanos de periodismo científico y fue becario para proseguir estudios de periodismo en Madrid (1976-1980), cursos que continuó en Buenos Aires (1983-1990). Obtuvo el Primer Premio -diploma y medalla de oro- en el Concurso Latinoamericano con motivo del Bicentenario del Nacimiento de Güemes (1985); el Primer Premio de la Fundación El Libro por la mejor nota periodística sobre la Feria del Libro de Buenos Aires (1988); el Premio Persona al "Periodista del año" en Salta (1990). Dictó conferencias en Buenos Aires, Rosario, Santa Rosa (La Pampa), Viedma y General Roca (Río Negro), Comodoro Rivadavia, Corrientes, Tucumán y Salta. Desde marzo de 1996 y hasta junio de 2003 fue Coordinador General de Bibliotecas y Archivos de la Provincia de Salta.

Actualmente el historiador salteño es vocal de la Comisión Nacional Protectora de Bibliotecas Populares, CONABIP, y delegado del Fondo Nacional de las Artes para la Provincia de Salta. Integró la conducción de la Federación Universitaria del Norte (Tucumán, 1968-1969). En 1973 se desempeñó como secretario privado del gobernador de Salta, doctor Miguel Ragone. Tras el golpe militar de 1976 marchó al exilio y se radicó en Madrid, España. Fue asesor en el Senado de la Nación en 1975-1976; 1984-1987 y en la Cámara de Diputados de la Nación entre 1986-1987. Fue electo el 24 de agosto de 2002 Convencional Constituyente por Unidos por Salta. Fue candidato a Senador por el Departamento de Cerrillos, por Unidos por Salta. http://www.portaldesalta.gov.ar/gori.htm